Yendo de Santa Marina a La Pereda, una vez pasado el Bosque Egidio, debemos aminorar la marcha, los que conocemos aquella curva, en la que hace esquina una vieja casa. Su dueña es una mujer de noventa y cuatro años. Forma una típica estampa, su silueta delgada y esbelta, en negro, con pañuelo a la vieja usanza. El tiempo supo respetar su cara no ajándola en demasía, apenas, las arrugas corrientes en el rostro de cualquier campesina. Apoyada en una guillada de avellano cuida del más sencillo de los rebaños: cuatro gallinas. Dice de ellas que son más listas que las personas pues saber cruzar la carretera deprisa. A ella no le importuna la carretera. Los conductores habituales son moderados. Mientras charlo con ella, pasan enormes camiones con gigantescas piedras y un ciclista.
─Jamás tuve bicicleta ni aprendí a andar en ella. Pasé la juventud en el monte, de pastoreo. Cuidaba un rebaño de ovejas. En más de una ocasión estuve sola y por la noche escuchaba los aullidos de los lobos al pie de la cabaña.
Hay largos silencios en los que parece sumirse en gratos recuerdos. Sus ojuelos chispean pícaramente.
─ Una vez, buscando el rebaño por el monte arriba, fui a dar enfrente de Purón. Bajé hasta el pueblo y salí por la carretera hasta que me topé con la vía. Deje de preocuparme, pues sabía que "a la vía no hay quien la tuerza" y la seguí hasta Bolao. Era pequeña. Nunca salí muy lejos de La Pereda. En varias ocasiones tomé el tren en dirección a San Vicente, Cabezón y Santander.
─ ¿Es verdad que aún lee sin gafas ?─ le pregunto.
─ Sí. ─Se hizo una pausa. ─ Leo bastante. De joven bajaba a Llanes a buscar libros para leer. Otras veces mi madre me los traía a pares y los subía al monte junto con el suministro de la semana.
─Cuénteme algo de La Pereda. ─ Le digo después de respetar un silencio largo en el que parece perder su mirada en las cumbres del Texéu.
─¡Qué te voy a contar!
─ ¿Conoció funcionando Las Pisas?
─ Sí; metían mucho ruido. Allí nos hacían el tejido de los escarpinos.
Recuerda también haber ido muchas veces a llevar la borona a la Jorna de la tía María en Parres o que su padre la mandaba a por agua a Moscadoria. Hoy, después de tantos años, recorre el mismo sendero para buscar el agua para beber en el día.
Asegura que son "el agua fresca por la mañana, el quesu que tan ricu le salía, el sueru que destila el arniu y el cocidu casi a diariu, los secretos de su larga vida".
─ Y este aire fresquín de La Mañanga— añado. Ella asiente, mientras respira hondo. Le pregunto por el nombre del río que por allí pasa.
─ Le llaman el río Requexu y también El río Bolugu.
Se le conoce también como río Melendru, más abajo. Esa variedad de nombres, los va tomando por el nombre de los lugares por los que pasa hasta su desembocadura: Moscadoria, Requexu, Bolugu, Covarón, Covarada, Vallanu, Las Mestas, Melendro, Carrocedo. Todos ellos son nombres sonoros, hermosos toponímicos, pero el que para mi tiene mayor acierto semántico es Melendro, porque se toma de uno de los atributos del melandru, animal que vive en estos lugares y que se guarece en las cuevas; también se le conoce como "tasugu" . Esta palabra, a su vez, es un calificativo aplicable a las personas que evitan la relación con los demás. Y talmente este precioso río se comporta como un melandru. Se esconde una vez pasado el Bolugu para aparecer en el pequeño valle de Covarón. Después se sume de nuevo bajo el cuetu Las Cerezales y sale a Covarada.
Llega el atardecer. Un viento fresco sopla en estos momentos desde Moscadoria. En el cielo, unas nubes rojas de sur presagian lluvia. Pero no es así; Lucía Romano, la pastora de Requexu, jamás vio seca tal ni al ríu Requexu secu baxu'l puente.