AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

martes, 27 de diciembre de 2011

MI VIEJA UNDERWOOD




Me levanté sigilosamente y recorrí el pequeño trayecto entre mi cama y la puerta de la habitación. Sorteé al paso la cuna de mi hijo y los dos peluches preferidos suyos que dormían sueños de algodón sobre la alfombra.
Desperdigados por la sala contigua, alrededor del cesto de mimbres donde se recogían, estaba el resto de juguetes. Una voz entrecortada, de metálico tic-tac logró sobresaltarme.
La vieja máquina de escribir que había dejado cargada con el primer folio en blanco de una historia cuyo argumento no acababa de tener claro, comenzó a mover sus tipos sobre el rodillo y al llegar al final, el carro hizo retorno y cambio de línea. Pude entonces leer lo que sería el título y por tanto, el tema central de una nueva historia.
“BAILES DE SALÓN”
– Pero… !sabe escribir sola! –expresé asombrado.
Antes, contaré una breve historia de aquella máquina.

Con más de setenta años, conservaba sus innumerables piezas articuladas en perfectas condiciones de funcionamiento. Con la llegada de la nueva tecnología quedó relegada a simple material decorativo y museo personal, pero que aún guardo por el valor sentimental que se le puede atribuir a un objeto. Una de mis alumnas me dijo haberla visto guardada en el desván de su casa. Yo entonces manejaba una portátil de maletín, la Lettera-32 Olivetti que mis padres me habían comprado, con mucho esfuerzo, cuando terminé el bachiller, en la “Librería Maya” de Antonio que era distribuidor en la zona, en los comienzos del verano de 1969.
Por las descripciones que la muchacha me dio de la máquina me imaginé alguna de las que había utilizado en el Colegio de la Arquera donde aprendí mecanografía o de las usadas en las oficinas consistoriales: Continental, Imperial, Remigton. Royal, Triumph, Underwood, eran las más usuales de la alta gama y cualesquier de ellas me atraían por la mecánica tan compleja y recia que tenían, frente a los nuevos modelos construidos en parte con plástico y baquelita.
No dudé en proponer el cambio aún sin verla, con la única condición de que funcionara y ante todo con el consentimiento de sus padres. Al día siguiente llegó con ella polvorienta y con algunas palancas dobladas que hacían entrechocar y que se trabaran los tipos sobre el rodillo. Tenía otras dificultades que fui atajando a base de lija y aceite fino para maquinaria tal. 
Fue un cambio doloroso, puesto que la que entregaba me había servido durante los estudios de Magisterio para pasar los apuntes en claro y en las aulas doce años más.

– Hacía tiempo que no mirabas para mí –me dijo.
– Es que… la inspiración no me viene. Ya quisiera saber plasmar en un papel las realidades o los sueños de la vida.
La llevé a la mesa de la cocina, donde aún los rescoldos caldeaban el aire de la fría mañana que se colaba por las rendijas de los mal conservados ventanales, como afilados y gélidos cuchillos. Tardé un tiempo en adecentar los tipos llenos de costra de la tinta reseca, con un palillo y algodón empapado en alcohol. Adapté los dedos a la posición correcta sobre las redondas teclas de blancas letras.
– Para escribir, solo es necesario dejar correr la imaginación y contar lo que se nos ocurra sin rectificar para mantener la frescura. El lector quiere ver reflejados sus pensamientos, dudas o carencias en la escritura de los demás. Te voy a narrar unos hechos ocurridos días atrás y quizás con ellos te dé pie para hacer una historia que contar a tu hijo y a los niños de tu escuela.
– No me parece mala idea, dije de mentirijillas, pues tenía mis dudas, aunque por qué no confesarlo, deseaba a la vez que fuese cierto todo. 
–Adelante con tu historia,– le dije mientras graduaba márgenes y tabulaciones.

Eran ya muchas noches en las que no podía dormirme. Mi insomnio estaba provocado por el abandono en que me tenías y el consecuente anquilosamiento de mis piezas, pero también por culpa de unos sonidos extraños que en la madrugada se daban en el salón. Desde mi sitio, entre los libros y fuera del alcance del niño, no podía ver lo que ocurría y por tanto tampoco de donde provenían aquellos. 
Así pasaron varias noches hasta que me cambiaste de sitio, entre los libros de cuentos que les lees a los niños de la escuela. Podía ver desde allí el cesto de mimbre donde el niño recoge sus juguetes antes de irse a la cuna a dormir. De allí provenían los ruidos apenas perceptibles. Debiera haber supuesto hace tiempo que eran las vocecillas de los muñecos y juguetes. 
Dormíais. Por el timbre de las voces reconocía a sus dueños. Plástica la de Moro, el caballo, que sobresalía de las demás; graves, a madera, las de unos y agudas y aflautadas las de los muñecos.
Las flores de los maceteros de las ventanas también entraron en el salón y entre todas ayudaron a salir a Helecho del enorme tiesto. La joven Begonia, a la que cortejaba Geranio rojo, se dejó llevar de la mano y comenzaron, entre aplausos, a danzar al son del vals que interpretó Preciosa, la vieja armónica que reposaba sobre la caja que ocupaba la última estantería de los libros.
Terminado el vals interpretó para el perrito Peque y la osita Paca un “can-can” que los animó a danzar ante el jolgorio de todos sus amigos quienes los animaban con palmas. En el fondo de la cesta, los indios y los vaqueros depusieron sus inútiles armas y se ayudaron de forma organizada para salir del cesto y acudir a la fiesta. Es preciso resaltar la oportuna intervención de Moro, el caballo balancín, que de una suave y medida coz derribó el cesto, para allanar la salida de los mutilados y amputados no de guerra, sino de la escasa calidad con que habían sido diseñados.
Aquella noche y las que siguieron, aquellos personajes alegraron mi triste existencia de objeto de museo y, de ser más ligera habría bajado a jugar con ellos.”
– Nunca hubiese sospechado que las máquinas y los juguetes tuviesen vida, alma propia, – le dije mientras acariciaba con arrepentimiento sus teclas borrosas por el uso.
– Tal como esas máquinas modernas son capaces de almacenar datos y fotos animadas en sus cerebros electrónicos, nosotras acumulamos innumerables textos con las infinitas combinaciones de nuestras teclas. Hace falta tan sólo que alguien ordene las secuencias para que surja un cuento o un relato.
– No salgo de mi asombro. Sigue con tu hermoso relato que yo transcribiré para que otros lo puedan leer.
 El otro día cuando hablaste a tu hijo de la conveniencia de recoger los juguetes antes de acostarse, a punto estuve de soltar toda la verdad. El niño no era el responsable del desorden que había todas las mañanas; los había recogido cuando terminó de jugar con ellos.
El día había sido caluroso, motivo por el cual las ventanas habían quedado abiertas para aliviar el bochorno de la noche de verano. La luna plateada rellenaba los rincones del salón y el geranio proyectaba su movida sombra en la pared contigua debido a una leve brisa que vino a refrescar el ambiente y dar así un fondo fantasmagórico al cuadro escénico. En ese preciso momento sonaron las cuatro campanadas del reloj del salón. Segundos después se escucharon también las que dio el viejo reloj desnudo de caja, desde el cuarto cuya ventana abre al mar donde navega el cascarón de un monstruo quimérico que parece Peñaquinera.
Peque, que dormía en el suelo cuan largo era, despertó sobresaltado por los toques del carillón y aulló sin emoción, casi por compromiso. Sólo le despejaron las sombras chinescas del geranio y fue arrastrando su cuerpo casi imperceptiblemente hasta donde se encontraba dormida la hermosa osita Paca de la que estaba   enamorado.
– Oye, Paca, despierta, – le susurró al oído. – Tanatán y Tantán dicen que son las cuatro. Es la hora convenida. Despertemos a los demás.
– ¿Sí? Vamos – dijo la osita Paca lamiéndose con un poco de coquetería sus morros rosados, al mismo tiempo que con su garra derecha de fibra se quitaba un hilo que se le había enganchado en una ceja.
Se acercaron al cesto de mimbre donde estaban sus amigos. La corriente había cerrado la puerta de la habitación pequeña donde dormía Moro al pie de las literas. Nadie que no fuese el caballo podría volcar el cesto y para eso tuvieron que idear alguna estratagema. Pidieron ayuda a Lechuza y Pingüino para colgar el tren de madera del borde del cesto y usarlo como escalera por la que fueron trepando todos desde el fondo del cesto.
Se aseguraron de que estaban todos fuera e izaron el tren. La máquina a toque de silbato reorganizó sus vagones y avisó con un resoplido de sus calderas el inicio del viaje. Sin prisas y cediéndose la vez unos a otros con educación se fueron acomodando en los asientos. Un soldado anunciaba con su bandera la salida del convoy antes de subirse a la máquina agarrado con la mano que le quedaba libre a la barra de la cabina y su compañero fogonero, un muñeco de madera que había servido anteriormente en un coche de bomberos, atizaba con una pala la caldera.
– ¡Viajeros al tren! Se escuchó desde el andén de la pequeña estación al jefe, un muñeco de plástico que vestía chaleco y llevaba puesto el cinturón de pistolero.
El tren avanzó con pesadez y recorrió la cocina, el corto pasillo de entrada, la habitación donde dormíais con el niño, todo con el menor ruido posible, hasta terminar sobre la gran alfombra del salón tejida en lana multicolor que daba al ambiente un aspecto de país persa. El viaje estaba felizmente concluido.
Las flores, en su apresuramiento por salir de las macetas, habían dejado caer algo de tierra. Alguna de ellas, fuertemente atrapada por sus raíces, no pudieron desprenderse del tiesto y se tuvieron que conformar con verlo todo desde las ventanas, pero así y todo, lo pasaron muy bien. Sería una de las fiestas más recordadas de su vida.
La caja de música comenzó a interpretar con repetición los pocos compases programados en su rodillo, momentos en los que, desde las estanterías de los libros se fueron dejando volar multitud de figurillas de papel representando a otros tantos poetas, historiadores, narradores de cuentos, aventureros, pintores, pastores, arlequines y un largo etcétera de niños de todas las condiciones, razas y culturas. .
Planeando se fueron dejando caer sobre el centro de la alfombra acordonado por el tren, carros, camiones, coches, aviones y toda clase de animales que les recibían con entusiasmo. Los editores, a su libre albedrío, los había obligado a vivir en distintos libros, dándose el caso que muchos de ellos no se hubiesen visto desde hacía mucho tiempo.
Se hizo un silencio en el salón cuando los gritos del niño, en sueños, lloró un rato por no tener a su lado a Peque, el perro que siempre dormía junto a él sobre la almohada. Cesaron sus sollozos y entonces, la guitarra se descolgó de la pared y con sus rasgueos devolvió la paz y el sosiego a la singular fiesta.
Así continuó hasta bien llegada la madrugada y que por la ventana llegaron los primeros cánticos de los gallos anunciando el alba. La trompeta que no se había podido descolgar de la pared por su pesado cuerpo de latón, torpemente como un viejo coronel retirado, tocó silencio como solía hacer en el cuartel. 
Los asistentes se dieron mucha prisa en despedirse hasta la noche siguiente, deseando que el capricho del niño, el arrebato organizativo de los padres o la curiosidad del perro cachorro de los vecinos no acabase llevando en sus fauces a cualquiera de los presentes. 
La trompeta tocó a retirada. Por el suelo quedaron algunos muñecos dormidos que no pudieron volver al cesto de mimbre. No importaba tanto. Nadie se extrañaría de ello.”
El calor de la cocina me dormilaba. Ya eran las siete de la mañana. Sólo el repiqueteo de la vieja Underwood rompía los albores en la aldea. En la noche debió de hacer viento. 
Las ventanas abiertas de par en par en el salón dejaban entrar el aire de la Sierra con aromas de eucaliptos y madreselvas. Algunas macetas habían volcado y parte de su tierra se encontraba esparcida por el suelo. 
Pasé la vista por las estanterías y coloqué alguno que vi a medio entornar y abierto, cosa que también atribuí al viento. De uno de ellos sobresalía la fotografía de un cuadro de Picasso que había recortado de una revista dominical.
En el sofá, dormían plácidamente Paca y Peque abrazados, las cabezas juntas. Con una sonrisa de complicidad regresé a la cocina dispuesto a finalizar el cuento.
El día no acababa de salir. En el invierno los días también se vuelven perezosos y se les pegan las sábanas. Aparté los visillos y observé en la distancia la mar enfurecida. Los bufones de Santiuste y de Puertas elevaban al aire sus lenguas de espumas plateadas, pero hasta mí no llegaban los bramidos de aquellos “agujeros del diablo” como llaman en la costa atlántica gala.
Sentado de espaldas a la ventana frente a mi vieja máquina vi un muñeco de goma de borrar encima del frigorífico que parecía sonreírme. Le contesté con una mueca de complicidad y saqué del carro de la máquina el último folio.

Cuento inédito que escribí para mi hijo Ramonín de tres años, en Pendueles durante las Navidades de 1987. 
Peque fue el regalo que le hicieron por Reyes el año 1985 en la iglesia, ya que es costumbre arraigada hacerse regalos entre los vecinos y entregarlos después de los oficios religiosos. 

(Finalista del XXXIII Certamen literario nacional e internacional, 2007)

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cómo interpretar las TEMPORAS

Recuerdos de infancia:
Según los datos escuchados en la radio, a las 11:04, "hora loca", eran las 9:04 por el Sol.
Maximina Arenas, vecina mía de mi niñez y juventud, no entendía el motivo de aquel desajuste, porque ella, con tan solo una mirada al cielo, leía la hora para acudir al campanario.
En la madrugada de los gallos, maitines, Al mediodía, el ángelus y en el anochecer, la oración, repicaba las dos campanas con las que marcaba las rutinarias tareas campesinas.
Ese viernes y a esa hora exactamente el Sol se colocaba sobre el centro de nuestro ecuador celeste, dominado aún por la casa de Virgo.
─Hoy es el segundo día de las Témporas─, me dice Maximina mientras sacude su alfombra por la ventana como queriendo deshacerse de los fantasmas de la noche.
─Anteayer miércoles fue el primer día de Témporas y mañana sábado será el tercer día.
Yo soy un crío y no entiendo de Témporas, pero no era la primera vez que las oía mencionar ni sería la última. Todo el mundo lo repite, sin saber a ciencia cierta de qué se trata. Dicen lo que oyeron decir a los que les parecía entender sobre el tema.
Cincuenta años después, ya llovió, acopio más datos de acá y allá y ato cabos.
Observo, tomo nota y publico esto para tenerlo presente y ver si tiene alguna utilidad de pronóstico.
Recuerdo también a mis vecinos Ignacio González y María Santos, de nuestra etapa en Pendueles, que siempre hacían referencia a las témporas a la hora de pronosticar el tiempo que iba a hacer. Sobre todo hacían caso del viento predominante. Si venía de sur estaba asegurado el tiempo para lo que quedaba de estación y temporada.
Tanto las Témporas como las Cabañuelas, son métodos con los que desde antiguo los seres humanos, tan dependientes de la tierra, podían llevar a cabo con éxito las labores más necesarias de las que dependía la subsistencia del grupo familiar o tribal.
Lo mismo para la conservación de las semillas para la temporada en que se pueda llevar a cabo el cultivo como para la correcta conservación de las cosechas, se tenían en cuenta estas fechas y también la fase de la Luna, siendo tanto para plantar como para recoger, la mejor la del cuarto menguante, si se siembra por semillas, y en luna llena si se hace por bulbos o raíces. El mismo miramiento se tenía al elegir el tiempo de la poda o del injerto de los árboles y otro tanto para cortar la madera, para las astas de las herramientas, o las vigas de las casas.
En cuanto a las fechas claves en total consonancia con las fiestas religiosas no me extraña en demasía para una cultura teocéntrica como la nuestra, o puede que, mirándolo del revés, la religión haya asentado sus raíces sobre la más ancestral de las costumbres y de alguna manera haya colocado en las fechas claves, las festividades del santoral tan importantes como lo pueden ser Santa Lucía, La Santa Cruz, la Cuaresma o el Pentecostés.
Me inclino a suponer la existencia de un substrato cultural común donde se cambian los nombres de entidades naturales como Sol, Luna, Costelaciones, Trueno, Rayo, Viento y por otras deidades más en uso ahora.
Esa es mi interpretación personal con la que no intento quitar o añadir nada nuevo a la que haga cada uno de mis lectores, tan respetables.

Cuándo y cómo se observan las témporas.

Para leerlas hay unas fechas establecidas como pautas de las que partir. Estas pautas son, dos movibles: La Cuaresma y Pentecostés, y otras dos con carácter fijo: el 14 de septiembre, día de la Santa Cruz, y el día 13 de diciembre, Santa Lucía.

En las primeras, primaverales, se toman el miércoles, el viernes y sábado de la 2ª semana de la Cuaresma y determinan la climatología de esta forma:
Miércoles: entre el 21 de marzo y el 21 de abril.
Viernes: entre el 21 de abril y el 21 de mayo.
Sábado: entre el 21 de mayo y el 21 de junio.

En las segundas, estivales, se observan el miércoles, el viernes y el sábado de la 1ª semana después del día de Pentecostés y determinan la climatología de esta forma:
Miércoles: entre el 21 de junio y el 21 de julio.
Viernes: entre el 21 de julio y el 21 de agosto.
Sábado: entre el 21 de agosto y el 21 de septiembre.

Fue en este momento cuando recogí la información que me faltaba para leer las témporas. De las dos primeras no puedo, por tanto, dar datos, pero con los presentes apuntes, pongo a los lectores en situación de que lo hagan por su cuenta.

3ª Témporas del otoño
En las terceras, otoñales, o también de San Mateo se tiene en cuenta, el 14 de septiembre, día de La Santa Cruz y se observan el primer miércoles después de esa fecha, pero si ese día coincide de miércoles, se espera a observar el miércoles, viernes y sábado siguientes.
Esto es lo que ocurrió este año 2011. El 14 de septiembre fue miércoles y, por tanto, se hizo la predicción siete días después que fue:
Miércoles, 21 de septiembre: hasta el 21 de octubre.
Viernes, 23 de septiembre: del 21 de octubre al 21 de noviembre.
Sábado, 24 de septiembre del 21 de noviembre al 21 de diciembre.

Lo observado en una comarca no tiene por qué servir para otra. En cada comarca se debe hacer el pronóstico, pues depende de la orografía del terreno, de la cercanía o no al mar y/o a la montaña, la existencia de un río, de si es costa, valle, meseta o terreno elevado y otros muchos factores.

OBSERVACIONES:
El día 21 de septiembre fue un día bueno, con temperatura agradable. El cielo estuvo encapotado y no hubo señal alguna de viento. Generalmente, en alto porcentaje fue la tónica general del tiempo hasta prácticamente el 21 de final de octubre.
El día 23 de septiembre, aunque amaneció nublado salió el sol a media mañana, pero a eso del mediodía se dejaron caer unas gotas. Por la tarde, el sol desapareció tras los nublados y a las siete de la tarde comenzó a llover. Siguió lloviendo prácticamente toda la noche. Esto fue lo que se dio por lo general en los días últimos de octubre al 21 de noviembre
En ese día, durante un breve instante, pues, tuvo lugar el equinoccio de otoño, cuando el día y la noche se igualan, porque ambos polos terráqueos equidistan del Sol.
El día 24 de septiembre, estuvo totalmente nublado, aunque se mantuvo una temperatura agradable y se resistió sin caer una gota. El viento marcaba suavemente de Poniente. Esta situación la viviremos prácticamente desde el 21 de noviembre al 21 de diciembre.

El rebujo de San Francisco, día 5 de octubre:
No sé cuál es el motivo, pero seguro que en nada tiene que ver el santo, ese día, según dice la gente, los pocos mayores que van quedando, se da siempre un aumento de la temperatura que nos recuerda a la primavera.
Ese día en concreto de este año, observé que el tiempo había caldeado con respecto a los días anteriores que había venido observando a propósito de haberlo leído en unos apuntes que encontré.
Lo curioso del caso es que escuché esa observación a dos personas no tan mayores, pero que lo recordaban de oírlo a sus abuelos decir. Hubo otra que me dijo que se trataba del veranín de San Martín, a lo que yo le aclaré que esa festividad era el día 11 de noviembre, algo lejos todavía del cinco de octubre.
Es preciso subrayar que el tiempo hecho en septiembre fue a todas luces, bastante mejor que el del resto de meses del verano, pues no hubo fiesta que no se librara de lluvia en parte o total del día. Tampoco octubre estuvo bueno, aunque se notó ya la bajada de temperatura. El citado día cinco de octubre, amaneció algo toldado que nada presagiaba cumplir con el "rebujo", pero a medida que pasaron las horas, el cielo despejó un poco y es cierto que hizo bastante más calor que los días precedentes y siguientes.

4ª Témporas o de invierno

Para las 4ª Témporas, las invernales, se toman el miércoles, el viernes y el sábado siguientes a Santa Lucía, el 13 de diciembre. Lo mismo que con la anterior, si Santa Lucía coincide en miércoles, se hace el cambio a la semana siguiente.
Este año, Santa Lucía cae de martes, por lo que la apreciación de las témporas se hace el miércoles 14, viernes 16 y sábado 17 de diciembre.
Miércoles, 14 de diciembre: hasta el 16 de enero.
Viernes, 16 de diciembre: del 16 de enero al 16 de febrero.
Sábado, 17 de diciembre: del 17 de febrero al 21 de marzo.

RESULTADOS:
El día 14 de diciembre amaneció despejado, y lució el sol hasta la tarde en que nubló y bajaron las temperaturas; la mar estuvo con fuerte oleaje y los vientos no pasaron de baja intensidad de predominio oeste. Esta témpora determina el clima del presente mes de diciembre hasta el día 16 de enero.
El día 16 de diciembre amaneció con temperatura agradable de sur. Hacia las diez comenzó a soplar progresivamente un viento casi huracanado que arrancó cañas en los árboles y movió macetas y tejas de varios casas. Comenzó a llover con fuerza y racheado en gruesos goterones, que parecían por el ruido ser granizos sobre los cristales del tejado. Continuó el viento y el oleaje muy fuerte que duró toda la tarde y noche. Esta témpora determina el clima del 16 del mes de enero hasta el 16 de febrero.
El día 17 de diciembre amaneció soleado, con algo de viento del poniente, y el agua ya no hizo su presencia, aunque las temperaturas fueron bajas. Esta témpora determina el clima desde el 17 de febrero hasta el 21 de marzo.