AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Los bufones de "Arenillas"

Este fenómeno kárstico tan común y abundante en toda la costa oriental asturiana, en concreto donde predominan las rocas calizas, da origen a frecuentes bufones por los que el mar expulsa con toda la fuerza el aire comprimido en las oquedades del litoral, agujeros excavados a lo largo del tiempo.
Muy abundantes en toda la cornisa llanisca, destacan los "Bufones de Puertas", particularmente el existente en la ería de "El Palu", por su majestuosidad.
Una falla del terreno perpendicular al mar dejó en una extensión aproximada de treinta metros una grieta, parcialmente cubierta por sedimentos por la que, cuando la mar está gruesa, se puede ver la salida de varias columnas de agua pulverizada. Desde el pueblo se escucha el ruido producido por los embites del mar que semejan la acción del dios Thor y que dio lugar a nombres de las playas llaniscas de Toró y Torimbia, y  muchos lugares también en los que se dan estos fenómenos costeros.
Una lluvia de agua y pequeñas partículas de arena arrastradas por el aire dejó huella en los terrenos de las inmediaciones, en los que la vegetación dominante son hierbas adaptadas a una alta salinidad. 
El topónimo 'Palu' puede derivarse de >palustre< como lugar de agua. En la zona hay múltiples conos por  los que se escucha el mar y en uno de ellos, el llamado por los lugareños El Pozu "Las Salmorias", es en realidad una playa interna en proceso de formación, donde la mar entra por una cueva, que en su día, (de eso puede que haya que retrotraerse a varios millones de años), todo haya comenzado con otro bufón, pero que, al encontrarse con un terreno formado por sedimentos poco cohesionados, el socavón es mayor. Su nombre viene del término árabe <al morias< que significa lugares invadidos por la mar. Con el paso del tiempo se castellaniza añadiendo el artículo "las" sin retirar el que ya tenía, "al", dando así> "las Almorias" y actualmente> las Salmorias. 
Desde el Pozu "Las Salmorias" se pasa a nado hasta la mar libre, aunque en el tránsito si la marea está alta, hay que soslayar un pequeño sifón, allí donde es más lenta la erosión sobre las rocas. 
Un día de agosto, cuando los vecinos de Puertas, Riegu y Vidiago se juntan en este bello paraje para celebrar "La fiesta del segador", pudimos ver cómo un piragüista entraba desde la mar al interior del Pozu y dio la vuelta ante el asombro de quienes nos encontrábamos allí para refrescarnos del fuerte sol.
El término 'Salmorias' me sugiere algo relacionado con la sal marina, que quizás se usase para encurtir las pieles y alimentos perecederos. También encuentro relación con el término castellano 'salmodias' de significado: canción repetitiva y cadenciosa, que venga del murmullo del agua en el oleaje que al pasar por la cueva deja escuchar el eco monótono del mar.
Aunque en el cartel anunciador venga el nombre de Bufones de "Arenillas", según me comentaron varias personas del lugar, Arenillas es otro lugar no muy lejos del Palu, a unos trescientos metros al oeste, donde hay más bufones, quizás no tan sorprendentes como estos dos de El Palu, salvo en mar gruesa con tormenta que dan miedo tan solo del ruido que meten. El término topónimo viene de la abundancia de concreciones calizas formadas por infinidad de moluscos que dejaron su impronta fósil en las rocas. 
Hubo aquí hasta hace bien pocos años una cantera para la extracción de sillares que se usaron en la construcción de las casas señoriales, de indianos. La roca está plegada en lajas de un plegamiento vertical por efecto del empuje de la placa costera. Los canteros las extraían por medio de cuñas y resultan más fácil de labrar. Los restos amontonados forman montículos de gravas y permiten ver la variada fauna atrapada entre la caliza. Pasados los cartelones del bufón de El Palu, siguiendo el camino, y a la izquierda, hay una finca en la que se observan anormales montículos redondeados; pues bien: se trata de un antiguo calero donde se elaboraba la cal utilizando la roca y los abundantes tojos, "gromos" de los cuetos. 
No está de más advertir a quienes visitan estos lugares de interés turístico y cultural, estás sencillas premisas:
1ª. El acceso por el camino es únicamente para peatones y bicicletas, a ser posible con timbre.  También lo es para los dueños de las fincas colindantes que las atienden con sus medios mecánicos. No es una pista de competición, salvo para zapatillas. Puede comprenderse casos excepcionales, como acercar a ver el lugar a personas con movilidad reducida, ya sean jóvenes o mayores. Pero en ese caso, respetando la prioridad de los peatones, sin salpicar ni levantar polvareda. 
2ª. Muy importante es la vigilancia atenta de los menores en esta costa y en todas, pues yendo por los senderos, se tropieza con oquedades y las hierbas de sus alrededores son muy resbaladizas.
3ª. Los cierres de las fincas y los animales que en ellas pastan, se deben respetar. Los cortes de las alambradas al maniobrar los vehículos, dejan cabos sueltos en la senda que puede enredarse en las ruedas de las bicicletas. 
4ª. Es un lugar agradable para disfrutar de una comida y pescar quien tenga permiso, pero los restos de basura y pañuelos de papel para otros menesteres no deben dejarse sembrados. Existen suficientes excusados para aliviarse en los bosques y tierra para taparlo. 
5ª. Así también, evitar molestar o dar alimentos a los perros pastores. Entender que un animal solo no está abandonado ni del pastor ni del rebaño. Y tampoco abrir las fincas. "La naturaleza es de todos", escuché decir a una excursionista que atravesaba una valla para robar fruta. - No es así, -le dije- . ¿Le gustaría que alguien entrase en su jardincillo a comerle sus ... lo que sea! 
 En este lugar rodó J. Luis Garci varias tomas de la película "El abuelo". 
Pero, bastante tiempo antes,  don José de Zorrilla publicó en su obra "El cantar del romero", con motivo de su estancia en el palacio del pueblo de Vidiago, que de seguido os muestro:


"EL BUFÓN DE VIDIAGO"
I
Vuelve a surgir, inspiración dormida
en el fondo de mi alma fatigada,
sobre los desengaños de la vida
y ante su fin ya próximo... la nada.
En tu pulmón la voz enmudecida
busca y tu fuerza juvenil pasada,
y ven antes que el tiempo se me huya
y el hálito vital se me concluya.
Lo sé: los años sobre mí se apilan:
ya abre ante mí la eternidad sus puertas;
sobre la tierra ya mis pies vacilan:
mis oídos ya torpes y ya inciertas
mis miradas están: ya se aniquilan
mis fuerzas corporales: pero aún vive
la fe de mi alma; en mi cerebro aún arde
esa chispa de sol, la inteligencia,
emanación de Dios; que de Él recibe
el poeta de fe que a Dios concibe;
que en el hombre de fe se nubla tarde
y se apaga no más con su existencia:
porque Dios a su espíritu , la adhiere
con la inmortalidad, y a su presencia
va con el alma cuando el cuerpo muere.
Y aún vive en mí, fermenta todavía
y en mi caliente corazón se esconde
esa honda fe que por doquier me guía,
y aun a la voz de la alma poesía
mi independiente corazón responde.
Aún vive: siento aún y aún oigo y veo
por donde fijo la insegura planta
las faz de Dios y su presencia santa,
de negarle o no verle nunca reo:
hoy que en la tierra mi vejez paseo,
sus maravillas ante mí levanta;
y poeta de Dios, porque en Dios creo,
mi inspiración sus maravillas canta.
II
Ábrete, pues, ¡oh sésamo! Que encierras
el geniecillo ruin y microscópico,
que conmigo cruzó mares y tierras
desde la Alhambra hasta la mar del trópico.
Sal, atómico ser, sal de tu sueño;
rompe la leve cáscara del grano
de sésamo en que estás, átomo enano,
de los ingenios de hoy el más pequeño.
Sal y el viejo laúd toma en la mano;
pero vuelve gentil, ágil, risueño
como en el tiempo viejo, aun no en olvido,
cuando ibas, por mitad cristiano y moro,
la cruz al pecho y de alquicel vestido,
cantando a Dios y despreciando el oro;
cuando, de audacia y de locura ejemplo,
salmodiabas los versos del poeta,
lo mismo al son de la morisca pandereta.
Sal, genio mío, ven: te necesito:
ven conmigo a asomarte a un agujero,
por do el poder de Dios que veas quiero
en un rincón de Asturias donde habito:
ven no más a a escuchar un son, un grito,
un baladro, un bufido, un algo fiero
y encantador al par, santo y precito
tal vez: que nada siento, es algo empero
como huella de Dios, casi infinito.
Algo compuesto de agua, luz, espuma,
ímpetu, ruido, fuerza y movimiento,
que debe hoy escribir mi vieja pluma
y tú cantar con tu postrer aliento:
y este algo misterioso, indescriptible,
aéreo y corporal, sólido, hueco,
frágil y recio al par, inconcebible,
del cual vamos a hacer algo legible...
un poema tal vez... no es más que un eco;
mas ten presente, geniecillo loco,
que un eco siempre es algo, aunque es muy poco.
¡Ea, pues geniecillo que me inspiras,
a ver como de un eco en torno giras!
¡Sus! Tus alillas ágiles *desplega,
recorre desde la alfa hasta la omega;
tu vuelo es libre, tu labor sin coto;
con la palabra y la idea juega;
discurre, inventa, trama, afirma, niega,
canta, cuenta, salmodia... arma alboroto,
hasta que ese eco que a rumor no llega
sea el de un huracán o un terremoto.
Prueba a Asturias que puedes todavía
un eco en sus breñales escondido
convertir en raudal de poesía
y en un recuerdo de hombre agradecido.
Mas al hablarla de él... ¡por vida mía!
No vayas indiscreto o distraído
a alardear de saber mitología.
Asturias es romántica y cristiana:
salvó a Europa de ser mahometana;
y tierra en que es Santuario Covadonga,
su creencia y recuerdos no prolonga
hasta los mythos de la edad pagana.
No hables aquí de Ninfas: las de Grecia
no llegaron aquí: la Ninfa Eco
pasa aquí con razón por una necia,
que habló sin ton ni son y siempre en hueco.
Como Ninfa y Deidad la adoró Roma,
que adoró a todo Dios: pero se opina
aquí que Grecia la admitió, una broma
por dar a Roma, en la mansión divina.
Eco fue Ninfa: mas, sin forma humana,
hizo sólo en pinturas de persona;
y como Ninfa huera y casquivana
la aceptaron, de buena o mala gana,
desde el Areópago a la Sorbona.
Fue Ninfa, sí; pero la más perdida:
Divinidad rastrera y *rezungona,
sin dar la cara se pasó la vida
por cuevas, subterráneos y rincones
para escuchar a todos escondida,
cortando por do quier conversaciones,
metiéndose con todos en cuestiones
y en dividir a tontos divertida:
y como, impertinente y holgazana,
repetir nunca supo más que un trozo
de una farsa final, en la lejana
cavidad de una bóveda o de un pozo,
ya ni la poesía aquí la abona.
No hables, pues, de esa Ninfa charlatana,
aquí no quieren gente respondona:
y sabe la católica Asturiana
que ante la Cruz que el Gólgota corona
a las Ninfas ahogó la fe cristiana.
Aquí el eco no es más que un ruido, seco
o prolongado que, de voz humana
u otro son, se repite en algún hueco.
El eco que fue Ninfa muerto yace:
con que no hablemos más de esa villana,
y ven el mío a oír; que es un son vago,
que en las entrañas de la tierra nace
entre liquen, adelfa y jaramago,
que en dormir en un antro se complace,
y que en vapor y estruendo se deshace
en la Asturiana costa de Vidiago.
III
Vidiago es una gárrula aldehuela
donde un pueblo entre Céltico e Ibero
franco, trabajador, sobrio y sincero
labrador, traficante y ganadero:
suda en verano y en invierno vela
y del sudor y afán del año entero
los domingos alegre se consuela,
bailando al son del árabe pandero
y al compás de la etrusca castañuela.
Vidiago es el lugar tranquilo
después de una existencia consumida
en inquietud y afanes sin medida,
que allende de la mar nos tuvo en vilo,
con la vida en un tris, la alma en un hilo
y la esperanza de volver perdida,
un amigo leal del tiempo viejo
volvió al paterno hogar en pos de asilo,
paz, pan, lana caliente y vino añejo;
cosas que ayudan a esperar sin pena
al fin de vida mala muerte buena.
A este amigo leal, que como hermano
me quiere y trata y como tal le tengo,
se me antojó venir este verano
a ver en la mansión de su abolengo:
y como él es un hombre de buen juicio
y yo un loco de atar desde ab initio,
antes de que la tumba se nos abra
vine a pedirle y darle, por si dejo
antes que él de vivir, su buen consejo,
mi último adiós y mi postrer palabra;
pues los dos vivido tanto,
ya al despedirme suponer debemos
que sus consejos él me da postreros
y yo que alzo en su hogar mi último canto.
Su hogar, palacio señorial un día
y hoy albergue por mí del dulce encanto
de la amistad, la fe y la poesía,
se eleva al par de gigantesca roca
que ha socavado el mar; en cuyo hueco
cien metros tierra adentro abre una boca,
donde cuando pacífico le evoca
de su manso rumor despierta un eco.
Este eco, de su alcázar no lejano,
de mi balcón los vidrios estremece
cuando, al crecer de noche el océano
con la marea equinoccial, parece
que se viene la mar sobre la tierra;
el eco en su caverna se enfurece,
y al viento contra el mar llamando a guerra,
amedrenta la costa y la ensordece
con bufidos de son tan pavoroso,
que turban de los pueblos el reposo.
Mas cuando el mar azul en calma duerme
y humilde el pié de los peñascos lame,
el eco yace en la caverna inerme
sin responder aunque la voz le llame.
Eco que asorda la comarca entera,
no del hombre a la voz sale al encuentro;
sólo habla con el mar cuando se altera,
ruge a impulso del mar de fuera adentro.
Yo le he ido a buscar: en el embudo
de piedra en que la mar boca le cava
me asomé y le llamé: mas se hizo el mudo,
porque era yo, no el mar quien le llamaba.
A este eco altivo y de desdén simultáneo,
para que en él a reposar se acoja
después de su periódica pelea,
el mar, que es como Dios un gran mecánico,
labrar un grande alcázar se le antoja,
y en él trabaja con afán titánico
empleando el poder de su marea.
Y aquel calcáreo gigantesco embudo
que un día fue no más un agujero
áspero, tosco, desigual y rudo,
es calado marfil, es chal ligero,
obra de aguja y de cincel agudo;
blonda de piedra, berroqueño encaje
tendido encima de peñón roquero,
filigrana sutil, labor de pluma
tejida por el mar con su oleaje,
con su acre sal y disolvente espuma.
Y el mar, que es además un grande químico,
descompone la roca y la rebaja,
la tornea, la ahueca y trabajador
como pudiera artífice muslímico,
rumano, índico o godo; y la alicata
la dentella, la comba, la maquea,
la retuerce, la riza, la dilata,
la acanala, la *histria y *losangea:
sutil, cada partícula caliza
con sus sales disuelve y pulveriza;
y quitando y dejando donde importa
ya lo esponjoso, lo arenisco y blando,
ya lo duro y silíceo, y avanzado
en su trabajo sin cesar, recorta,
perfila, aguza, redondea, cuadra
y carcome la piedra y la taladra;
transforma en fin la roca, improvisando
primores mil de talla en su haz salvaje,
sin que la desmorone ni la raje
el ímpetu del agua; ya que brote
del cráter o del mar, ya suba o baje,
mane, esculle o con ímpetu rebote.
El alma del mortal contempla absorta
las maravillas que el capricho aborta
del agua en su labor, sin que se agote
la original y rica fantasía
de su trabajo secular: y espanta
ver como en él solícita adelanta,
y a su antojo fantástico modela
la peña, la abrillanta o la apelmaza,
la esmerila, la pica o la cincela;
y en sus relieves incansable traza
repisas, *ornaciones, doseletes,
nichos, estalagmitas, rosetones,
miles de inverosímiles juguetes,
miles de inconcebibles invenciones.
Y aquel cono invertido y trabajado
con labor tan sutil y complicada
que comprender a quien la ve no es dado,
que turba la razón y la mirada,
que ni el loco mayor nunca ha soñado
en su mayor delirio, es la portada
del cóncavo palacio en cuyo hueco
duerme alojado por el mar mi eco.
Y he aquí con aire y mar lo que sucede
cuando el trabajo de ambos verse puede.
IV
Este eco juguetón, hijo intranquilo
del aire, que del agua va envidioso
dentro del hondo socavón asilo
a buscar cuando el agua está en reposo,
susurra intermitente, rumoroso,
cual manantial oculto que hilo a hilo
se oye apenas manar dentro de un silo;
y su son subterráneo y misterioso
la atención de quien le oye tiene en vilo.
Es que su padre el aire, que le crea
de la boca de piedra a la salida,
de la boca en el fondo se recrea
en hacerle bullir y juguetea
con él, y en una hebra de su aliento
le mece, le columpia, le cunea
con un murmullo igual y soñoliento.
Una brizna silvestre que, prendida
su raíz al peñón, flexible ondea
con aquel *flébil hálito menea
y el eco con la voz adormecida
entre vigilia y sueño se estremece,
y a intervalos despierta y se adormece:
y turba a quien le escucha, y le marea
con la aprensión de cosa indefinida:
pues parece la boca chimenea
de algún laboratorio en que se anida
algún gnomo, que está con mala idea
trabajando en labor desconocida.
Este eco, empero, caprichoso, extraño,
vario y falaz como mujer coqueta,
finge dormir con malicioso engaño
móvil siempre y sin pié como veleta:
pues cuando más halagador arrulla,
móvil esclavo de la mar inquieta,
en cuanto siente que la mar murmulla
a la boca exterior del subterráneo
ante el mar que se encrespa se levanta,
y con ímpetu al suyo simultáneo
se sacude con ímpetu instantáneo:
y al que le oía entretenido espanta
el ruido inesperado del envite
repentino del mar, que en su garganta
de piedra el eco del carbón repite.
V
Es que las ondas de la mar agita
ya la marea equinoccial que avanza:
es que el mar, que sus olas necesita
extender o romper, con infinita
creciente progresión sus olas lanza
más altas cada vez contra la roca;
y allí abre al mar el socavón de su boca,
y allí el oleaje al socavón alcanza,
y el mar al eco con su voz provoca:
es que ya entre aire y mar la lid estalla,
y es que el aire que ocupa la caverna
la defiende del mar: por lo que eterna
es del agua y el aire la batalla.
-¡Ya la lid se trabó!- ya la marea
se desborda en la cueva: el aire grita,
silba, gime y tenaz puja y jadea
prensado sin cesar: el mar se agita
cada momento más: toca, rodea
y asalta el antro; de encontrar se irrita
al aire en el cabon: con él pelea
bajo la tierra: embravecido ondea,
y olas sobre olas al echar se comba,
y llena el socavón de espuma y ruido:
el eco, entre agua y aire comprimido
cual de prensa neumática en la bomba,
su hálito arrullador convierte en tromba,
su flébil son en infernal rugido.
Bufa el aire furioso: el mar rebrama
y ondas tras hondas en su auxilio llama:
montañas de agua sobre el aire arroja:
él reventando de furor se espirita:
dobla su empuje el agua: el aire afloja
sintiendo que por fin se debilita,
y muge con hondísima congoja:
pero por más tenaz que forcejea,
el agua de delante se le quita,
y él por la encañonada chimenea,
fugitivo huracán, se precipita.
¡Dios! Por el fondo del calcáreo embudo
de ciclones con fuerza estremeciendo
la mole inmensa del peñasco rudo,
aire y eco a la vez salen rompiendo
de la atmósfera el tul en cien jirones;
haciendo al desgarrarla más estruendo
que el que harían rugiendo cien leones,
cien ballenas un golfo revolviendo
y reventando a un tiempo cien cañones.
De darle con inútil esperanza
caza en el viento, tras del aire lanza
gigante surtidor de agua en espuma
furioso el mar; pero en su altura suma
de su empuje a pesar ya no le alcanza:
y él, vuelto ya de su pavor, se engríe
y, en lo alto, de él y de su afán se ríe.
Entonces, alardeando por despecho,
desplega el agua espléndido penacho
saliente, punta ruin o áspera escama
del cóncavo peñasco, desparrama
rizos, madejas, cintas, trenzas, blondas
y velos mil sin adhesión ni trama;
cuyos hilos fugaces culebrean,
y van a reunirse con las ondas
del socavón por el conducto estrecho,
en donde serpenteando burbujean,
sin conseguir jamás hacerse lecho.
El aire, que la siente bajo tierra
tornarse hirviendo al mar tras la resaca,
detrás del agua al socavón se arroja;
vuelve otra vez a provocarle a guerra:
otra vez del cabon la desaloja
ella: él entra otra vez: otra le saca
el agua y otras mil... y no se aplaca
de aire y agua la horrísona pelea,
de la caverna en el peñasco hueco
hasta que se retira la marea,
y vuelve al fin del socavón ya seco
a apoderarse el aire con el eco.
VI
Y vuelve a oír quien a escuchar se inclina
al cono, por el mar *filigranado
como un joyel precioso colocado
bajo una recamada muselina,
cómo el aire del antro enseñoreado
en aspirar ufano se recrea
del agua inmóvil ya, la ventolina
tenue y fugaz, bajo la cual no ondea:
y engreído, el cabon porque domina,
aún bufa por lo bajo y aletea:
y la brizna flexible que se inclina
enraizada en el peñón menea
y con su tallo móvil juguetea:
el eco imitador bufa y bravea
otra vez susurrando a la sordina,
y escondido en el fondo de la mina
con la brisa y el agua coquetea.
Mientras, sin miedo de la mar vecina.
VII
CONCLUSIÓN
( Vidiago, setiembre de 1882 )
Llaman a esto un bufón aquí en Vidiago,
porque bufa en verdad y estruendo mete
que da pavura y amenaza estrago:
a mí nombre poner no me compete
a las obras de Dios: lo que aquí hago
es venir a adorar a este boquete
al Dios para quien es la mar un lago,
y este extraño fenómeno un juguete.

(Tomado de “El Cantar del Romero” de José Zorrilla y Moral, publicado por
El ORIENTE DE ASTURIAS, 1987 en la vasta colección de TEMAS LLANES,