AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

viernes, 9 de febrero de 2007

EL VALLE DE AGUILAR



Cuenta la historia que, los primeros pobladores de Asturias se dedicaban, principalmente, a la caza y a la recolección de frutas que las especies arbóreas y arbustivas de los bosques guardaban en su fronda, para ofrecérselas al ser que había sido designado por las leyes evolucionistas, para dominio del medio terrestre. 
Todavía se desconoce si esas leyes preveían el uso y abuso que el llamado Rey de la Creación, con el paso del tiempo daría al resto de seres, tanto animales como vegetales. El escenario de los hechos que se van a relatar está enmarcado en la zona oriental de Asturias, entre los ríos Purón y Cabra. Al sur, la cordillera del Cuera y al norte un suave acantilado del cantábrico, salpicado de hermosas playas de arena blanca y fina.
Cuando el hombre llegado del Edén bíblico en busca de un territorio similar al abandonado por sus abuelos, se asentó aquí, el ser dominante de cielos y tierra era el águila en sus variadas especies. Ella mantenía el equilibrio ecológico del ecosistema colocada en su cúspide. Abajo en la espesura del bosque el lobo completaba la cadena alimenticia habitando las cavernas de las que, pronto sería desalojado por su futuro dueño: el hombre.
Los asentamientos primitivos, encontraron aquí el lugar apropiado por la cantidad de cuevas y abrigos naturales que la caliza de montaña proporciona. Había dónde elegir incluso, y se elegía aquella cueva desalojado por su futuro dueño: el hombre. A la entrada de las cuevas dejaban los residuos de su marisqueo: lapas, mejillones, bígaros y toda suerte de caracolas que quedarían petrificados para formar parte de la herencia histórica de generaciones futuras que seguirían aprovechando los recursos allí existentes. 
La tierra en la que habitaban, les recordaba según la tradición oral a aquella de la que procedían en una larga emigración. Entre dos ríos que les protegían. No eran extremadamente malos de vadear, pero eso a su vez representaba una ventaja para ellos mismos que les permitía hacer incursiones más allá. La geografía les permitía colocar puntos de vigía desde donde se seguían los pasos tanto de los exploradores como de quienes osasen llegar. Además, las tribus vecinas eran de su mismo origen troncal y no existían diferencias con ellos, todo lo más cuando se trataba de caza y solían resolverse sin pelea.
La mañana había despertado entre nieblas y la partida de caza se había organizado, como siempre, la noche anterior ante la gran fogata que guardaba la entrada de la cueva. El jefe de la tribu, organización superior conocida, era el que, después de escuchar a los componentes de la anterior partida de caza, escogía a aquellos que presentaban una perspectiva de éxito asegurado en la del día posterior. 
También se elegía un guía que únicamente tenía como misión dirigir al grupo al lugar donde la jornada anterior, había sospechado, visto o intuido la gran caza. Otra partida se dirigía a la costa por  proveerse de pesca y marisqueo para completar la alimentación o sustituir por orden del chamán o brujo la de aquellos que habiendo abusado de las carnes, padecían una extraña enfermedad consistente en dolores musculares que les impedían, sobre todo en días de fuerte humedad ambiental, hasta levantarse de la cama de helechos, a pesar de atribuir a esta especie la facultad de curarlos. Suponemos que se trataría de la gota, reumatismo, enfermedad posteriormente atribuida a reyes o gentes que, creyendo ser mejor alimentación la carnívora que la vegetariana, la solían padecer. 

Llegaban, casi siempre, hasta las cuestas, perpendiculares estribaciones del Cuera. Las mujeres recién paridas eran alimentadas con exquisitos caldos hechos con carnes de urogallo y abundantes y variadas especies vegetales, tanto raíces como frutos, para proporcionarles una dieta rica en sales minerales. Los más ancianos recibían como menú abundancia de frutas, requesones, paté de erizos, leches descremadas y yogures naturales hechos con una especie de hongo que dejaban un día entre la leche de cabra y uro, miel de brezo, oscura y fuertemente olorosa. 

Poco a poco fueron ampliando el recorrido de las incursiones al campo para tomar confianza, cosa que hizo que bajaran la guardia de la defensa de la cueva. Hasta entonces varios vigías se turnaban colocados en los cerros más próximos, habiendo elegido como garitas, pequeños salientes de roca caliza. Allí permanecían todo el día y hacían sus comidas principales. Su agudeza visual y su instinto desarrollado como el de cualquier fiera del bosque, les bastaba para sentirse seguros y dar seguridad al resto de la tribu. Al día siguiente, estos vigías permanecían descansando o elegían su propia diversión. 
En una explanada desde donde se veía la entrada de la gruta, debajo de unos hermosos tilos habían establecido y desarrollado las reglas de un nuevo juego al que los muchachos más jóvenes les atraía e incluso a los no tan jóvenes. Este juego les proporcionaba el ejercicio suficiente para mantenerse en forma sin enfrentamientos tribales ni tan siquiera la caza. 
Un día de invierno en el que la mar cercana parecía haber desatado sus furias y bramaba contra los acantilados, varios desprendimientos de rocas cerca del rincón de la playa donde se acostumbraba a mariscar habían cambiado poderosamente la fisonomía del terreno. 
Buscaban nuevos rincones con el consiguiente resabio a lo desconocido. En la luna anterior se habían hecho expediciones costeras en busca de lugares donde abundase el marisqueo. Siguiendo el cauce del río se llegaba a la mar. Una explanada de rocallas quedaba libre en la marea baja con abundantes pozos de agua donde nadaban peces a los que capturaban con cierta facilidad. Habían inventado el primer artilugio de caza en el agua. Una caña seca hueca con muchos nudos cuya punta cimbreaba sin romperse a la que habían atado una tripa fina y seca en cuyo extremo libre sujetaron como pudieron un trozo de barda llena de afiladas púas donde ensartaban restos de mariscos y pequeños cangrejos. Así pillaban pequeños peces de afiladas mandíbulas que llevar a las brasas salpicados de la salsa elaborada con hierbas que el brujo colectaba. 

En la tribu existía una variopinta fauna de individuos característicos. Salvo la función de jefe que recaía sobre el más anciano, el resto de ocupaciones eran asignadas tácitamente a los individuos que destacaban en éste o en aquel arte de pesca. La de chamán recaía siempre sobre aquella persona, observadora de la naturaleza y de sus ciclos biológicos tanto de animales como de plantas, pero debía dominar asimismo la climatología, la medicina en especial, la astrología y el culto a los incontables dioses. Los cocineros de la tribu eran también bien mirados por su importancia ya que eran quienes se encargaban de prodigar de alimentos en los grandes acontecimientos como las fiestas anuales de primavera y verano. 
Importancia muy grande era la que se daba a los artistas que convertían las paredes de los recintos de permanencia en verdaderas suites donde dejaron constancia hasta nuestros días de la domesticación de nuevas especies de animales como bisontes, elefantes, jabalíes caballos, vacas y el propio lobo, corzos, cabras y un sinfín de animales.
Ocurrió que cerca del asentamiento a que nos referimos cerca de la playa, apareció de mañana una extraña roca brillante que flotaba misteriosamente en el aire por encima del pedrero de la desembocadura del pequeño río. De aquella pulida roca se descubrió una capa parecida en su brillo a la que cubre en días de frío los pozos de los caminos. Una escala brillante a los rayos solares se descolgó por la roca y al instante descendieron por ella varias siluetas de hombres de aspecto brillante como la misma roca. Iba delante uno de aspecto fornido, y cuya indumentaria era difícil de describir para los primitivos ojos de Thu.
La capa talar que le cubría era de material desconocido, no de piel de ningún animal conocido; calzaba botas de cuero brillante y en la mano derecha portaba un extraño báculo en el que se reflejaron los rayos solares transformados en hirientes destellos. Uno de esos rayos abatió una hermosa cierva que miraba también atónita el extraño visitante. Los demás personajes, desprovistos del bastón de luz recogieron la cierva y la llevaron al interior de la roca de donde habían surgido. Otros con zurrones transparentes de una piel extrañamente fina recogieron los animales que viven en las rocas del agua. 

Thu quedó sobrecogido de tantas novedades como estaba percibiendo. Thu era un joven que por su dificultad de nacimiento para correr como los demás niños le llevó a observar todo y aprendió a contarlo a los demás de una forma nueva. Su ausencia de voz le permitió desarrollar otros dones, como es la destreza de grabar en la roca primero con sílex y luego dándole color a siluetas de hombres o animales. Utilizaba pigmentos animales o de tierras que conocía para plasmar en las rocas de las cavernas, los acontecimientos que acontecían. El extraño personaje surgido del mar iba a quedar plasmado para las generaciones venideras en la gran roca Atún que se levantaba en la Acrópolis de su tribu desde donde se domina el valle del río Purón. 
Permaneció inerte, escondido cuanto pudo en su garita natural de vigía, conteniendo la emoción y la respiración no tanto por el miedo que le producían aquellas extrañas figuras y sus armas de brillo como por la impresión que produce lo insólito, lo desconocido. Por suerte aquellos seres debieron llevar suficiente con lo que portaban en las bolsas que habían llenado, se montaron en la roca que les había traído del fondo del mar, se cerró su tapa de hielo y de todo su alrededor se llenaron de ojos verdes que emitían unos reflejos y al chocar con el agua, la convertían en destellos verdosos y se elevó hacia el cielo, primero lentamente y pronto, cuando alcanzó a estar por debajo de las algodonosas nubes, se lanzó como un rayo atravesándolas hasta quedar como un puntito en el horizonte en dirección a donde el sol se pone. 
Aquello que acababa de ver nada tenía que ver con una roca, pero no tenía ningún concepto en su cabeza para compararlo con algo conocido. Años después, ya en su madurez artística plasmaría en una roca natural al abrigo de los rayos del sol que queman la pintura, la figura del personaje aquel de túnica talar y rayos fulgurantes. En lo alto de la acrópolis se reunían anualmente las gentes de los poblados del valle para festejar aquel extraño acontecimiento que ya corría de boca en boca entre los narradores que recorrían el valle y amenizaban en las fiestas de conmemoración como nacimientos o muertes de algún importante jerarca tribal. 
Dominaba como nadie la elaboración de pigmentos y era muy hábil en la detección del material. Bastante cerca de la cueva, conocía un barrero de donde sacaba los ocres pajizos y rojizos. Cada vez que los extraía metía varias pellas en su mochila de piel y regresaba con ellos a la gruta. Los almacenaba en un abrigo de la cueva donde el aire y la humedad los conservaba en estado pastoso para usar de inmediato.
En mitad de la cueva, cerca del hogar, había labrado con buril de sílex una oquedad que le servía para moler los minerales una vez secos al sol. Mientras quedaba al cuidado de la gruta, se pasaba el tiempo en su taller, preparando las tierras de gran valor que ya eran famosas y otros artistas venían a pedirle. A cambio de ellas, le traían como trueque pieles, caza o herramientas de sílex bien talladas y que él se encargaba de pulir. De ellas conservaba en otra pequeña sala, bien al interior, una buena colección que le servían para el trueque en ocasiones en que necesitaba cualquier otra provisión. Era llamado para pintar las grutas entre los ríos Sella y Cares o para retocar viejas pinturas que se estaban deteriorando con el paso del tiempo, pero en ninguna de ellas quiso representar el personaje visto en aquella playa. Podía representar animales que acostumbraba ver por todas las zonas que recorría, pero el personaje de la Roca, como él lo llamaba, nunca en otra pared lo había representado. 
En su mente primitiva ya había unas mínimas pautas que marcaban su oficio de historiador. No usaba palabras. Contaba la Historia en el barro o en la misma roca, pero él sólo usaba apenas una docena de símbolos y figuras. Sabía que era fácil para sus coetáneos descifrar sus grabados. Y para quienes viniesen después también lo sería porque sus narraciones a la luz de las hogueras eran escuchadas por los más jóvenes con mucha atención y ellos serían los llamados a contarlas a sus hijos y estos a los suyos.

Pasaron varios cientos de años, no se sabría con exactitud cuántos. La edad del Bronce dio lugar a la del hierro y ésta a la del cemento armado, a la del plástico. Los habitantes de la zona que vio aquel acontecimiento tan lejano en el tiempo, sólo se preocupan de construir nuevas viviendas a lo largo del Valle de las águilas, aprovechando su belleza natural, pero sin darse cuenta, poniendo en peligro esa misma belleza. 
Yendo desde Llanes en dirección a Santander, apenas andado unos siete kilómetros, está Puertas. Se ve una construcción redonda, sin pintura, con el aspecto tosco que toma el hormigón, nada más pasar bajo el puente del ferrocarril, se desvía uno a la derecha. Hay un amplio aparcamiento para dejar el vehículo. Se toma un sendero que circula por detrás de la edificación para adentrarnos en el bosque de pinos y que nos sube a lo alto de La Sierra donde se puede observar "El ídolo de Peña Tú", o si se quiere, como lo llamaban los antiguos, "La peña del Gentil". Viendo el viajero aquella figura grabada sobre la roca natural, en forma de pez, que es un hito para el navegante marino, quizás se le ocurra alguna explicación mejor. 

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