Son las dos de la tarde de un domingo cualquiera, allá por los años sesenta. La chavalería del pueblo nos reuníamos a esa hora en La Pandina, confluencia de barrios en la carretera, con aires de mocitos peinados a la raya, con olor a jabón de afeitar "La Toja" de padre y un duro en el bolsillo del pantalón de tergal planchado a la raya también. Aquella concentración me recuerda la que hacen en la entrada del otoño las golondrinas sobre la comba de los cables de la luz entre dos postes. Por aquél entonces, cuando cuatro "melenudos" de Liverpool daban gritos en las salas de fiestas de su ciudad, en Llanes no teníamos salas de fiestas aún. La única posibilidad de diversión social era el cine. Tres pesetas costaba la entrada a "gallinero" y dos más para pequeños caprichos en el ambigú si no te habías atrevido a entrar agachado delante de las mamparas de cristal junto a las taquillas y podías luego deslizarte escalera arriba, y esquivar el tropezón con el señor de la linterna.
Las cuatro de la tarde de un domingo cualquiera, en los ochenta. Un viento frío que viene del Cuera, gélido de lamer la nieve, enfoca por la calle principal y se desliza en hilos para recorrer el resto de calles hasta calentarse e impregnarse del aroma de café que sale de las cafeterías. Después sube al paseo de San Pedro por entre los tamarindos.
En El Puente los mocitos de ahora, el pelo erizado a colores, desfilan hasta el lugar de encuentro junto al muelle. Al otro lado de la ría con los prados de Tieves de fondo y un bosque de eucaliptos moteando el horizonte se levanta aquel magnífico Teatro Benavente que aguanta orgulloso el embate, a duras penas, del tiempo y del abandono. En su tejado "las gallinas del contramaestre" como decía el gran Remigio, engrasan con el pico su plumaje y lo secan al trémulo sol de mayo. Las hierbas también ascendieron a él seguramente queriendo ver la mar o a los vecinos. Porque es difícil para los que lo conocimos en su esplendor todavía no girar la cabeza y así humedecer nuestros ojos. Abajo, la puerta enrejada es como un rayado en el paisaje. Entorno los ojos para mejor recordar y aún veo la gente salir ya de noche comentando las escenas, abrochándose la gabardina y el abrigo y levantando el cuello al estilo del hampa.
La rampa de bajada al cine, siempre será para mí el arquetipo de todos los teatros del mundo cuando leo un relato. El teatro y dos farolas que custodian la entrada desde el puente dan al lugar un halo de ensueño y misterio a la vez.
Parpadeo. Se me fue el santo al cielo. Es una tarde cualquiera del mes de mayo de la primera década del siglo XXI. Paso por allí con frecuencia. Bien es cierto que los edificios ahora están arreglados y ganó en belleza la villa, pero perdió en antigüedad porque le falta el Benavente. El puente ganó en seguridad y amplitud. La gente puede sentarse un rato sobre los bancos metálicos a mirar las barcas, a comerse un helado de "Revuelta" o a leer "El Oriente", en lugar de hacerlo sobre la panda de piedra del viejo puente. Pero si miran al otro lado, verán el recorte del viejo Hospital de los Altares acicalado hoy y travestido en casa de contratación laboral moderna, "INEM" y los prados de Tieves.
Tan sólo unos pocos podemos ver recortado el vacío producido por la silueta desparecida del viejo teatro llanisco. Algo del ayer desaparece con estos mudos testigos de piedra y teja.
Gracias.
ResponderEliminarYa lo había leído hace tiempo, pero no lo había comentado; hoy lo leo por tercera vez, y una vez más recuerdo el pasado con nostalgia y pena.
Es el reloj de la vida que discurre sin pausa; debemos conservar el recuerdo como algo que nadie nos puede quitar. Los momentos actuales, serán nostalgia para las siguientes generaciones, ya que nada es eterno. Se borrarán otros testimonios que hoy nos parecen estables. Gracias.
EliminarPocos años más tarde, siendo ya residente en Llanes, adopté como nuevo edificio emblemático al Teatro Benavente. Aquella edificación hacía más amable la vida a todos los llaniscos durante aquellos tiempos sombríos y tristes.
ResponderEliminarTanto para ver espectáculos (el cine, las compañías de teatro itinerantes…) como simplemente por su fachada, que confería elegancia, empaque y singularidad; y que por las noches a marea alta parecía flotar sobre las aguas del Riveru.
(Aparecido en Diario del Oriente el 13 noviembre 2017)