“Santa
Marina, gloriosa,
que
estás al pie de Mañanga,
esperando
a los pastores
cuando
vienen de la braña”.
Puede bajarse el texto completo en formato libro de.cuyo enlace se dispone a la derecha de la página de este blog.
Dedicatoria
Va
dedicado tanto a los parragueses como a los lugareños de los
pueblos limítrofes, romeros en general, que en alguna ocasión de
sus vidas acudieron a la Vega de Santa Marina para celebrar y dar
culto a la Santina de la Mañanga.
En
especial, a Ángel García Peláez, "Angel de La Moría" de Llanes, Demetrio Pola Varela con raíces parraguesas y a “José
Mª Álvarez Posada, “Celso Amieva”, poeta de “Cadexana”,
Barru.
También
a Luis de Armiñán, llanisco de devoción.
Ramón
González Noriega
1.-
“Gloriosa Santa Marina” 9
2.-
“Recuerdos de niñez” 13
3.-
“Culu atrás, tras, tras” 17
4.-
El desencanto del romero 27
5.-
Crónica de Santa Marina, 2012 31
6.-
Cantares de Santa Marina de Parres 35
7.-
“Los ensayes” 39
Ángel García Peláez, "Ángel
de la Moría"
8.-
Estampa de Santa Marina 41
Demetrio
Pola Varela
9.-
Santa Marina, antaño 45
José
María Álvarez Posada, “Celso Amieva”
10.-
Santa Marina 53
Luis
de Armiñán
11.-
Santa Marina y las galas llaniscas 56
Los siete primeros textos los publiqué en distintos años, según el orden en que están, en "El Oriente de Asturias", nuestro semanario de Llanes.
1.-
Gloriosa
Santa Marina
En
el pueblo de Parres, dan comienzo los preparativos para la gran
fiesta de Santa Marina.
El
primer día de julio, en la bolera de la escuela, los cánticos
de los ramos y los bailes regionales se ensayan día a día. Se van
sucediendo las generaciones de bailadores, año tras año, como debió
ocurrir desde antaño. Los que ahora enseñan, antes fueron enseñados
en una incesante rueda del tiempo a ritmo de pandereta, castañuela y
tambor.
Llega
el día señalado. Por la mañana los cohetes despiertan a los más
jóvenes que se visten con sus trajes típicos de aldeana
y pastor.
Es un continuo ir y venir por las calles asfaltadas y limpias del
pueblo, otrora caminos empedrados cuya cara se adecentaba cortando
las ortigas de los muros y limpiando la tierra de las sangraderas.
Las fachadas, hoy arregladas en su totalidad, recibían su bien
merecido encalado y se arreglaban los pequeños jardines de calas y
geranios que adornaban todos los barrios en un afán de superación.
Todo era realizado con la gracia y sencillez que el pueblo llano pone
en las cosas que hace de corazón.
Por
esta fiesta, como por la de los demás pueblos llaniscos, la patrona,
en este caso, Santa
Marina se da el pretexto para que los
parragueses que aún permanecen fuera de su pueblo, regresen a pasar
unos días de vacaciones y se den cita bajo los árboles ya vetustos
que les vieron correr cuando niños. Los mayores hacen guiños al
pasado lleno de añoranza en las tardes, sentados como se hizo
siempre, en El
poyu de Covadonga,
bajo los toldos del bar “El Fresnu”. Los más jóvenes hablan de
hoy y del mañana, está bien que así ocurra, porque de joven no se
tiene memoria aún para el recuento de tantas ausencias.
Nueve
días
antes del señalado, da comienzo también la novena en la capilla.
Son nueve días de rezos a la Santina, como se le dice aquí con
cariño y familiaridad. Se le ofrece en la oración el trueque
espiritual a cambio del bienestar propio o de algún allegado. Lo
material no entra en este trato ni por asomo.
El
día dieciocho es el día esperado. En el pueblo, los sones de la
gaita y del tambor recorren los distintos barrios para endulzar la
mañana, alborotada por los estallidos de los cohetes y el eco
rebotado en las cuestas, bajo el Texéu.
El
trajín en las casas comienza con la liturgia del vestido, extendido
sobre la cama, todas sus piezas en orden: chambra,
saya, pololos, justillo, solitaria, mandil, falda, chaquetilla,
banda, pañuelo, medias y zapatos negros de medio tacón.
Como adorno sobre el cuerpo, el camafeo
sobre cinta de terciopelo negro al cuello y pendientes largos de
plata y coral rojo. En el pecho, el clavel también rojo. El repicado
del pañuelo se hace por manos expertas sobre moño “en
picaporte”
donde se prenden con numerosas alfileres las tres lorzas que lo
forman. Todo un arte.
Se
deja la mesa preparada para la comida que espera invitados y se baja
a la carretera junto al viejo bar “El Rosal” donde se dan cita
aldeanas,
pastores
y el resto del cortejo de los ramos. Éstos, suelen ser tres: el de
los niños, el de los jóvenes y el de los mozos. Arranca el roncón
y le siguen el puntero y el tambor. Los cohetes anuncian la salida a
los más retrasados que se van incorporando a lo largo del trayecto
en las intersecciones con los caminos de La Casona, Brañes, Tamés y
Picu la Concha. Caminan las aldeanas también en orden de edad
tocando sus panderetas, marcado el ritmo por la aldeana que tañe el
tambor a un lado. Las cámaras recogen el acontecimiento para el
recuerdo familiar, la prensa escrita o televisión. Al llegar a la
ermita, la campera ya se encuentra invadida de gentes de todos los
lugares que vuelven a la llamada de lo religioso y por qué no,
también de lo profano que guarda en esta fiesta la impronta de ritos
ancestrales.
El
altar se alza bajo la encina, con arco y decorado floral.
El oficio de la misa, más que interrumpirse, se adorna con los
cánticos del Coro
de Parres
en la lengua materna del castellano, el latín. Después de la
celebración, se hace la procesión, esta vez alrededor del campo
poblado de encinas, plátanos de sombra y castaños de indias. Llevan
la imagen en andas, tras los ramos y las aldeanas tocan sus
panderetas, caminan por delante de la imagen, pero sin darle la
espalda, de forma reverentísima, a la reina de La Mañanga en un
arriesgado "culuatrás,
tras tras"
hasta dejarla sobre un pilar bajo el arco de flores donde tiene lugar
La Ofrenda de los corderos, en otro tiempo, la base principal de la
economía del pueblo, portados por los ofertantes que hacen tres
genuflexiones en el recorrido hasta dejar el cordero a los pies de la
Santina y otros tres de regreso, por supuesto sin darle la espalda,
bajo los sones del tambor y de las panderetas de todas las aldeanas,
en pie y cubriendo ambos lados del recorrido
Acabada
la ofrenda, continúa la procesión que, tras dar la vuelta a la
capilla, despide a la santina hasta el año venidero en un murmullo
de sonajas y vítores.
A
continuación tiene lugar el "remate"
de corderos y "roscos"
donados por quienes quieren agradecer algún don conseguido o esperan
conseguir pues, por lo general, los corderos vuelven a sus pastos y
los roscos acaban repartidos entre los amigos. Suelen verse todo el
año, colgados de una pared de la cocina o comedor como recuerdo del
día.
Acto
seguido, el espectáculo son losbailes regionales.
En
el campo de fútbol están los puestos de sidra, de churros,
avellanas, del tiro y otros más que atraen la atención de los
críos.
Por
los prados de las inmediaciones, se extienden ya las mantas y los
manteles para comer en familia y esperar más descansados los bailes
de la tarde. El sol, la sidra y el sueño acumulado tantos días de
duermevela, cubren de sopor la verde campiña. La Comisión de la
fiesta vela por que todo salga bien y mejor, si cabe, que el año
precedente. El puesto de la sidra es el centro de espera a que la
orquesta prepare el escenario de luz y sonido para comenzar el baile.
Los más pequeños suben al castillo inflado de aire como sus
cabecitas lo están de ilusión. Los mocitos disparan en la casete
del tiro o lanzan cohetes al aire en la pradera colindante. Mientras,
el sol desaparece a horcajadas por entre los riscos de la Tornería,
llenándose de sombras el campo de la capilla de la que sale por
entre sus tres arcos los reflejos rojos y amarillentos en los pábilos
encendidos de sus cirios.
“Gloriosa
Santa Marina
que
estás al pie de Mañanga,
esperando
a los pastores
cuando
vienen de la braña”.
2.-
Recuerdos de niñez
Es
día de fiesta en el pueblo. Desde el campanario de la iglesia,
Maximina desgrana albores por entre los brezos y helechos de la
Mañanga. Ya hay trajín en las cuadras y el olor a leche recién
mecida invade los barrios; los gatos siguen maulladores tras el
caldero de cinc.
Un
cohete rompe su carcasa de humo y ahuyenta el orbayu que amenaza en
la Muezca. En el penduz se fue a refugiar el perro, asustado por el
estruendo que sus sensibles oídos no pueden soportar, lo mismo que
bebés. El roncón de una gaita inicia su ronroneo y tras él afina
el puntero los sones del “Asturias,
patria querida” en
un recorrido desde el que llega sus acordes a los distintos barrios.
En
ese punto, la vida del pueblo se acelera y las mozas corren de casa
en casa, para repicar el pañuelo. Existen especialistas en hacer las
tres lorzas y darles el toque conveniente al peinado. Los chiquillos
persiguen las varetas que caen de los cohetes en los prados. Después
exhiben su colección y conservan aquella que resulta más fuerte y
grande, repartiendo con usura las demás.
Los
ramos engalanados de orondos panes cubiertos de seda y hortensias
desfilan desde los distintos barrios para concentrarse en la Vega los
Romeros, junto al bar el “Rosal”.
Allí se va reuniendo la gente en grupos, en un incesante saludo
entre los que permanecen en el pueblo y aquellos que regresan de los
distintos lugares por vacaciones. Es como el retorno de las
golondrinas. La alegría inunda todo el pueblo. Son aproximadamente
las once y media. Como si se tratase de una lección bien aprendida
durante muchos años, las aldeanas se colocan por orden de veteranía
y estatura. Los tres ramos son portados a hombro por los mozos, de
acuerdo también con los grupos de edad y estatura por aquello de
equilibrar y repartir adecuadamente el peso. El gaitero hace una
señal imperceptible al tamboritero y ambos arrancan los primeros
sones que invitan a mover la comitiva.
Hay
quien, como mi abuela, se queda a cargo de las ollas de las que ya
salen destilados aromas culinarios que invaden la vieja casona, se
escapan por la puerta entreabierta hasta la corralada a provocar el
apetito de los rezagados romeros que siguen desfilando toda la mañana
por la carretera, ya pasado el cortejo festivo. Como ella, muchas
mujeres se sacrifican, año tras año, sin ir a la campiña, le basta
con ver pasar a sus nietas vestidas de aldeanas a las que antes de
nada, ayudó a vestirse y colocar el clavel que con buena mano
cuidaba todo el año en el pequeño jardín de junto a casa del que
solía hacer gala y defenderlo de que los nietos no se lo
destrozáramos con los balones.
Es
curioso que en Parres este paseo procesional no se haga con la imagen
de culto religioso, pues en la mayoría de los demás pueblos así lo
hacen. Parece ocultar una actitud más profana, como el culto al
verano, cuando las tareas del campo van dando, en parte su fin. El
día de la fiesta fue y sigue siendo aún para los parragueses el
referente temporal para las tareas de la hierba, las patatas o el
maíz.
Después
de andar un kilómetro, con alguna parada donde dan una tregua
portadores a su dolorido hombro, se llega a la capilla. El sol lanza
tórridas flechas por entre los calveros de los plátanos. Aunque da
comienzo la liturgia, tardan en cesar del todo el murmullo de la
gente que se saluda, el ruido de los vehículos que siguen llegando y
el insistente estallido de los petardos que los chiquillos lanzan en
el cercano campo de fútbol donde se hará la romería.
Los
corderos, que esperan atados al quiosco del coro, ramonean las
hiedras que trepan al roble mientras lanzan quejumbrosos balidos que
subrayan el carácter pastoril que en un principio debió de tener la
fiesta. El colorido se enriquece con los globos, los vestidos, los
ramos y los trajes de las aldeanas.
Se
produce a duras penas el silencio, nunca absoluto mientras transcurre
la misa con el sermón o se escuchan las voces del Coro de Parres y
los sones de Ignacio Noriega a la gaita, en el Credo.
La
procesión rodea el campo en emotivo «culo
atrás» hasta
dejar la Santa presidiendo la oferta cual Ceres divina. Ríe la gente
porque un cordero se niega a caminar y es cogido en brazos. Se cruzan
los fotógrafos buscando el punto clave para la mejor foto y así
plasmar el momento. Saltan las lágrimas en aquellos que, después de
muchos años separados del terruño, reviven sus recuerdos, pasando
apresuradamente las páginas de su biografía. Acabada la ofrenda se
inician los bailes en la carretera, cortada en corro por los
espectadores. Se baila el pericote ensayado por el grupo ya preparado
para ello. Acto seguido con los sones de la jota del Cuera anima como
todos los años a ser bailada especialmente por Saturnino, Tere,
Ricardín, Matilde, Aurora y Ramón que lo hacen con gran estilo y
soltura. Otros más se animan a continuarla imitando sus pasos y la
gente que hace de público aplaude sonriente y envidiosa quizás de
no poder, no atreverse o no saber bailarla.
En
realidad, no deja de ser una romería como otra cualquiera de las que
existen en el concejo, pero Santa Marina guarda un toque especial de
sabor parragués, con el marco incomparable añadido de una campiña,
bien conservada.
Es
la hora de la comida, y los que no bajan a sus casas, extienden los
manteles por los prados de los alrededores, bajo la sombra y el
yantar une de nuevo a familias que durante el resto del año se ven
separadas por obligaciones inexcusables.
Por
la tarde, los puestos de sidra ayudan a la nostalgia mientras los
músicos preparan sus instrumentos. Los jóvenes acuden al campo para
bailar. Las avellaneras pregonan sus sabrosas mercancías en tanto
que el heladero de “Revuelta”
hiende
su cucharón en la rica y fría nata. En las orillas del campo los
que tiran al blanco llenan de chasquidos metálicos el ambiente.
Sonido y color pincelan el paisanaje hasta que el sol deje a la luna
su labor esquivando como puede las movidas nubes que toldan “El
Texéu”.
3.-
“Culu atrás, tras, tras”
En
Parres, pueblo de Llanes, nunca se le dio la espalda a Santa Marina
Me
parece justo aclarar, con el mayor de los detalles, la crónica que
sobre la fiesta de Santa Marina en Parres, publicó “La Nueva
España”, con fecha 19/07/11. Debido, con toda seguridad, a las
prisas y la celeridad con que trabajó la informadora gráfica al
cubrir la noticia para que le llegara al lector con la frescura y la
inmediatez deseables, y por informaciones que pudo haber sacado de
aquí y de allá dio algunos datos erróneos. Nadie está libre de
ello. Con la única intención de subsanarlos y para que todo quede
en una anécdota sin mayor importancia, van estas líneas.
La
fiesta sólo ocupa un día del año. Dieciocho de julio, pero los
preparativos comienzan mucho antes, desde que se tiene recuerdo, el
primer día del mes.
En
la bolera del pueblo se dan cita las mozas y los mozos que van a
participar, tanto en el acompañamiento del ramo desde el pueblo
hasta la capilla, durante la misa y procesión, como en el
ofrecimiento de corderos y los bailes regionales. Son los ensayes
donde los participantes más veteranos enseñan a los novicios los
primeros pasos de los bailes. Así es como se viene haciendo desde
hace tantos años, por lo que esta fiesta mantiene el atractivo para
propios y foráneos sin añadidos postizos, hasta el punto de ser
considerada como patrimonio cultural.
Únicamente
en lo que se refiere a los bailes, en las últimas décadas se fue
ampliando el número de temas, todos ellos ejecutados con la mejor
pureza de estilo y pertenecientes a la cultura del extenso y variado
concejo llanisco.
Antaño,
se bailaba en el campo, al lado mismo de la capilla y en la
carretera. La jota, el fandango y el pericote acaparaban todo el
interés del público asistente. Nunca faltaba quien entrase al
corrillo movido por el son da la gaita y el tambor, sin que para ello
tuviese que ir vestido de pastor o aldeana.
Nueve
días antes de la fiesta, dio comienzo la novena en la capilla. La
víspera se preparan los arcos que engalanan de flores el altar y el
lugar de los ofrecimientos y se adecenta el entorno de la capilla.
Todo tiene que estar a punto, cuidado el detalle, listo para recibir
a los romeros que lleguen a Santa Marina. Si el tiempo lo permite,
muchas familias, tenderán sus manteles sobre la hierba.
El
día despierta con los voladores y el viento lleva el aviso en
volandas a los pueblos más cercanos. Poco a poco, en la Vega
los Romeros,
de
donde sale la comitiva, se concentran las aldeanas, los pastores y
demás gente para caminar juntos hasta la capilla.
Tras
el estallido de nuevos cohetes, se oyen los broncos lamentos del
pajón
y
los primeros ayes de la pajuela,
en el roncón y en el puntero de la gaita. A Julián y a Manuel
Genaro, gaitero y tamboritero respectivamente, les siguen los mozos
que portan los ramos, ataviados con el traje de pastor: camisa y
calzón blanco, chaleco, pantalón de paño y fieltro, faja, gorra
picona, medias,
escarpines
y corizas. Los ramos exhiben dorados roscos
de pan adornados de lazos y flores. Detrás van las mozas tocando las
encintadas panderetas al ritmo que marcaban Bego y Alba en el parche
de sus tambores. Primero, las niñas y detrás siguen las mozas y
mayores, en riguroso orden generacional, con su tradicional vestido
de aldeana: Pololos, camisa, y faldón en tela de algodón blanco.
Justillo de tela damasquinada atado con cordón. Falda de algodón
con bordados de azabachería sobre bandas de terciopelo negro. Dengue
o solitaria profusamente recargada de azabaches sobre los hombros
cuyas alas cruzan el pecho hasta recogerse en las puntas por detrás
de la cintura, prendidas con un broche o camafeo. Sobre la falda, el
mandil, de la misma tela de Damasco que el justillo y el pañuelo, y
con idénticos bordados de azabaches. La chaquetilla, de la misma
tela de algodón que la falda e idénticos bordados prendida sobre el
hombro izquierdo aporta un toque de elegancia y coquetería al
conjunto, quizás por su inutilidad, en la que se prende una flor
sobre una rama de jelechu.
De
la cintura, al costado derecho de la falda, se cuelga la banda
de satén, haciendo doble lazo y del mismo color que el mandil y el
pañuelo. Se recoge el pelo con el pañuelo, repicado diestramente
con tres pliegues. Al cuello, lazo fino de terciopelo negro que
sujeta el pequeño camafeo. Medias de algodón azul claro y zapato
negro de tacón medio. La gente las sigue y se saludan y hablan de
sus cosas y sueñan con los recuerdos de cuando ellos también iban
así vestidos.
Después
de andar al paso de la comitiva el kilómetro que dista el pueblo de
la capilla, da comienzo la misa cantada en latín por el coro que
dirige Antonio Cea Gutiérrez y acompañado musicalmente por Pablo
González Sordo, “Torrescano”, a la gaita, bajo las enyedradas
cañas
del centenario roble. En la amplia campera, hay también encinas,
restos de un descalabrado bosque autóctono que compiten ya en
desventaja con los plátanos plantados inicialmente en la década de
los veinte, por niños y niñas de la escuela de Parres que con sus
maestros celebraban ya el día del árbol. Se ven también castaños
de indias, claros referentes de la emigración americana que tantos
vecinos siguieron.
Acabada
la misa, se hace la procesión alrededor del campo, las aldeanas sin
dar la espalda a la imagen de la Santa, tocan con sus panderetas el
conocido “culuatrás”
que tanto extraña a quienes lo presencian por primera vez. Llegada
la imagen al recinto de los ofrecimientos, la posan bajo el arco de
flores y dan comienzo “las reverencias”. Primeramente la de las
más pequeñas, con las panderetas acompañadas por el tambor de
Alba González Sordo que marca el ritmo y se ofrece el ramo de los
niños. A continuación, con la “reverencia” de las mayores,
acompañadas al tambor de Begoña de la Vega, se ofrece el ramo de
los mozos.
Terminadas
aquéllas, siguen los ofrecimientos de cirios, ramos y corderos, que
los devotos portan en sus brazos o llevan de la mano hasta el pie de
la imagen. Los cantares, las panderetas con sus sonajas de metal, los
aires redondos de la gaita tocada por Julián, gaitero de “L'Alloru”
de Balmori, con el ritmo bronco de los tambores de Alba y Bego cubren
la Mañanga. Una vez concluidas reverencias y ofrecimientos, se
colocan de nuevo de cara a la Santa y van culu
atrás y
dan vuelta por detrás de la capilla hasta dejarla entre
vítores presidiendo la capilla hasta el próximo año. Afuera, en
corro, las aldeanas cantan el ramo y a continuación, desde el
templete del coro comienza la subasta de roscos,
roscones y corderos a cargo desde hace años con soltura Cardi Gómez
Fernández, tal como anteriormente lo había hecho su padre,
Ricardín.
Llegan
los esperados bailes de tan apretado programa, ya bien iniciada la
tarde. Las aldeanas tienen que soportar no sólo la presión del
público expectante y las cámaras que tratan de perpetuar el
momento, sino también el peso del traje. Son las verdaderas
protagonistas de la fiesta y le dan la alegría de sus rostros y el
colorido de sus trajes. Es una belleza verlas haldear en sus vueltas
y movimientos. De ahí pudiera venir el término, aunque a modo
particular preferiría que se dijera así: traje
de aldeana llanisca,
pues de esa forma se haría referencia por extensión a toda persona
del concejo, sin exclusión. De otra forma, el término que se viene
acomodando, el de traje
de llanisca induce
a muchos a pensar que se refiere exclusivamente al usado en la villa
de Llanes y nada más incierto. En el caso de las vestimenta de los
mozos, se viene empleando también otro adjetivo, porruano,
con no menos propiedad, pues pareciera ser que sólo fuese tradición
exclusiva de ese pueblo y se hace extensible a los palos que llevan
los pastores, hechos de troncos retorcidos por las lianas de
madreselvas que se enroscan en ellos. En
Parres, al menos, el recuerdo que conservan los mayores es que se
dijera aldeana
y pastor,
siendo
Santa Marina la fiesta de los pastores que bajaban del monte por
estas fechas y así quedó reflejado en los cantares:
“Bendita
Santa Marina /que estás al pie de Mañanga, /esperando a los
pastores /cuando vienen de la braña”.
Cerraron
con los bailes regionales:
1º
.- El
xiringüelin,
por los pequeños.
2º.-
La
jota de Cadavedo,
por los mayores.
3º
.- La
jota del Cuera,
por los pequeños.
4º
.- El
fandango, por
las mozas.
5º
.- El
xiringüelu,
bailado esmeradamente por Eva Gutiérrez Junco, Alba González Sordo,
Nerea Galán Gutiérrez, y Guía Prieto Fernández con el ágil mozo
que las trae en danza, Jorge Fernández Ruenes.
Al
final, el baile por excelencia, El
Pericote,
por los tríos
de aldeanas y pastor:
-
Celia Morán/Andrea Celorio y René Gutiérrez.
-
Sara Quintana/ María López y Pablo Arenas.
-
Guía Prieto/Elisa González y Vicente Sobrino.
-
Elena Rodríguez/Nerea Galán y Jorge Fernández.
-
Graciela Gutiérrez/Eva Gutiérrez y Pablo Fernández.
-
Alba González/Bego de la Vega y Genaro Fernández.
Lo
que quisiera dejar bien claro, por ser el dato que más chirría de
lo publicado, es cuanto al origen de la fiesta que se remonta, como
suele decirse a tiempos inmemoriales. Pude encontrar un referente
impreso registrado en el tomo que con el título “Llanes, siglo
XIX” editó el semanario local “El Oriente de Asturias” decano
de la prensa asturiana, del año 1868.
En
1936, estalló la Guerra Civil, precisamente el mismo día de Santa
Marina. Con las primeras noticias que llegaban de Llanes, se fueron
enturbiando los ánimos de las personas de más edad, actitud
observada por los menores. Este es el testimonio que hace mi padre,
testigos vivo de aquel triste día de Santa Marina:
“Yo
tenía entonces dieciséis años y los
recuerdos más nítidos que guardo de ese día es que ya de mañana
se rumoreaba por el pueblo lo del levantamiento militar. Sin embargo,
la misa y la romería discurrieron con normalidad, o al menos no fui
consciente de nada raro en el ambiente. Antes de oscurecer del todo,
la romería dio a su fin y bajamos danzando a cenar. La verbena se
celebraba desde siempre en la bolera de la escuela, donde ya había
luz eléctrica. Amenizaba el baile la Banda Municipal de Llanes. Con
la negrura de la noche, noticias más concretas desplazaron los
rumores de la mañana y el ánimo de todos se turbó por la gravedad
que aportaban: La guerra había estallado. Llegó de Llanes la orden
de clausurar la verbena y la Banda dejó a medias un paso doble que
estaba tocando. Al rato, llega por otra razón la contraorden de
seguir tocando y los músicos tocaron la pieza dejada a medio. A mí,
como al resto de chavales de mi edad aproximada, me preocupaba porque
había escuchado a mis mayores lo que contaban haber pasado en la
Guerra del 14, “la Gran Guerra”. La mayor parte de la gente
pensaba que esto duraría poco y que el ejército republicano, sin
demasiado coste humano, podría atajar el levantamiento de la facción
rebelde, que se suponía ser una gresca entre mandatarios y
generales, ávidos por el mando.”
Con
la guerra entrechocaron muchos sentimientos al polarizarse las ideas
políticas. Las guerras no unen personas por más que unifiquen
estados y en ambos bandos
militan gentes buenas y malas, honestas y crueles, respetuosas e
irreverentes, ricas y pobres, creyentes y ateas.
Para
evitar que la imagen de la santa saliera perjudicada de aquel
enfrentamiento que parecía iba a durar más de lo esperado en un
principio, decidieron llevarla al cuartel de la Guardia Civil de
Llanes. Hasta allí la bajaron en un carro, adornada con un pañuelo
rojo al cuello, como auténtica miliciana. Estuvo recogida en el
cuartel hasta que acabó el conflicto bélico que, cambiado el signo
político, regresó nacional al pueblo, con la nariz lesionada. Se
reiniciaron las fiestas en la misma fecha que siempre había sido,
eso sí, ahora elevada a fiesta nacional, por el régimen.
Los
comités de milicianos durante el primer año de la Guerra Civil,
hasta ser tomado por las tropas nacionales en septiembre de 1937, se
encargaron de organizar el abastecimiento de la población civil y
las tropas leales. Por eso digo que en Parres, se puede decir bien
alto que nunca se le dio la espalda a Santa Marina.
En
un escrito que me pasa Rosi Sobrino Arenas, se leen los versos que
hace Estela Sobrino Leal, nacida en México y fallecida en el Brasil,
de una composición fechada en 1938, que me parece interesante al
hilo de lo narrado más arriba. (1)
“Gloriosa
Santa Marina,
recuerdo
tengo de ti,
que
nos cortaron el pelo
en
casa de D. Fermín. (2)
Gloriosa
Santa Marina
que
estuviste en el Comité
rogando
por los de Parres
para
que no te pierdan la fe.
Marina,
en tu regio manto
cubierto
está de luceros,
son
tus hijos los de Parres
que
por España murieron.”
(1)
Don Fermín Górgolas, casado con doña Lola, vivía en la casa de Coxiguero que después perteneció a la familia
González-Romano, Manuel “Carriles” y Fernanda.
(2)
Estela era hija del primer matrimonio del Roldán con su esposa
mexicana y que al fallecer ésta, se vino a Parres con sus hijos y se
volvió a casar con María “La Gaspara”.
Por
eso digo que en Parres, se puede decir bien alto que nunca se le dio
la espalda a Santa Marina.
4.-
El desencanto del romero
Es
propio oír en estas fechas, cuando se prodigan las fiestas de
enraizamiento popular, en boca de personas mayores, tópicos como
éstos: «La
juventud de ahora no sabe divertirse»;
«las
fiestas ya no son lo que eran»;
«de
aquélla sí que se pasaba bien”.
El
caso es, que si se mira detenidamente, todas esas aseveraciones
llevan su parte de razón. Y, ¿por qué? Pues porque se trata
sencillamente de hechos opinables y subjetivos. No llevan discusión
formal. Ante tales frases, a uno sólo se le permite emitir una
sonrisa de asentimiento o consentimiento, pero no entablar discusión.
Sabemos que cada veinte años eclosiona una nueva generación con sus
propios gustos, inquietudes, donde el concepto de cultura va
modificándose. No se conservan los mismos modelos de conducta, como
tampoco se leen los mismos libros, ni se aprende de la misma forma
que lo hicimos nosotros. De todos modos es más fácil emitir estas
frases que pararse a realizar un análisis retrospectivo y darnos
cuenta de que el cambio únicamente se produjo dentro de nosotros.
Todo
el mundo está por reconocer que en la niñez y en la adolescencia
los hechos, aunque nimios, impactan con más fuerza en nuestra
psique, en especial los mejores y más agradables, tornándose más
añorados e indelebles cada día. ¿Cómo es posible poder vivir
tales hechos de ensueño? ¿Sería positivo? El caso singular es que,
cuando echamos mano de tales estereotipos, lo hacemos relegando las
vivencias nefastas o negativas y no nos damos cuenta de que tienen un
valor tan grande como las más agradables.
Cuando
escribo estas líneas, puedo rememorar los recuerdos agradables de
una fiesta tan entrañable como lo es la fiesta del pueblo de uno.
Son ya varias decenas de días amalgamados, difíciles de separar
donde se hilan las cuentas de la vida.
Me
dediqué a observar y tratar de encontrar los rostros de tantas
personas queridas y sin querer me olvido de algunos tan importantes
para mí por cercanos como abuelos, tíos, primos, amigos, vecinos...
No es raro que en un día así, supuestamente alegre, se sienta uno
triste y se note recorrer por el cuerpo escalofríos de emoción que
enervan la piel.
Los
chiquillos, en pequeños grupos, recorríamos el campo tras las
varetas de cohete caídas. La avellanera recorría el campo con su
cesta colgada al brazo y ofrecía la mercancía por los corrillos de
la gente mayor que charlaba. Se escuchaba el estallido de algún
globo que explotaba arañado entre los dedos de algún niño al que
seguía, tras leve pausa, un lloro desconsolador. Las cámaras de
fotos, notarios del tiempo, emitían destellos entre la sombra de
los castaños para dejar constancia del acontecimiento en no sé qué
álbum o revista. Las niñas, las mozas y las ya maduras haldeaban su
vestido de aldeana llenando el ambiente del tintineo de los corales
en el dengue.
Por
un instante, me vi hacer de monaguillo, sentado junto al cura en el
ofrecimiento de ramos para proseguir luego la procesión y dejar en
la capilla la vestimenta. Al acabar la seria labor sagrada corríamos
con el resto de niños a recoger por los prados de las
inmediaciones, las varetas de cohete y volvíamos con nuestro trofeo
que recontábamos para ver quién había conseguido más. Las manos
cubiertas del negro de la pólvora quemada buscaban en el fondo del
bolsillo el duro de propina que el cura nos había dado de su colecta
y se nos iba en humo y estruendo de los restallones, petardos y
bombas. Por la tarde, tras volver de comer al campo, algo más sacado
entre las dádivas de padres, abuelos, tíos y demás ahorrado por el
año, ayudábamos a cubrir gastos y necesidades del heladero, del
barquillero, del tío vivo que empujaba los columpios a manivela, del
tiro al blanco, de Sarina la avellanera, y de los puestos de Matilde
y Lolina que para todo daba ese día nuestra economía.
Me
veo por la noche en la Bolera y dentro de la Casa Concejo, repleta a
rabiar y llena de humo de los cigarrillos, corriendo entre las
parejas que bailaban. Siento aún la adrenalina producida al correr y
saltar las pandinas, para escondernos en la penumbra de los portales
en el juego del escondite. Me veo en los bancos subido mirar absorto
a “Los
Panchinos”.
Eran estos: Panchín al acordeón y su eterna sonrisa; Paco al
saxofón y su hijo, también Paquín, con la trompeta; Jordán, el
hijo de Pepín de Pría, con su magistral violín heredado de Rivas,
y primeramente de Juan de Andrín, invidente, que lo había traído
de La Habana. Y el batería del que no recuerdo el nombre.
Al
día siguiente me veo yendo de madrugada al campo, sin que se
levantasen los que pernoctaban en él para rastrear entre papeles de
cucuruchos y vasos rotos para volver a casa con alguna que otra
moneda perdida, juguetes rotos, avellanas, caramelos y otras
tonterías que de niño rellenan el tiempo infinitamente largo de
nuestra inocencia. ¿Todo eso existió o es una mera ilusión? El
caso es que me hace feliz recordarlo. Nada es ya como era. ¿Acaso
importa tanto?
5.-
Crónica de Santa Marina, 2012
El
día de Santa Marina discurrió tranquilamente en una atmósfera
limpia, solo acompañada en el amanecer por algunas brumas sobre el
monte que ya se encargarán de despejar los cohetes. A simple vista,
para quienes no estuvimos en el trajín sufrido por la comisión de
festejos, todo fue ordenándose día a día.
Primero
comenzaron los ensayos en la bolera de la escuela, a partir del
primer día de julio. Siempre fue así desde tiempos ha, pasadas las
fiestas pancarinas de San Pedro. Siempre hubo quien se ocupase de
enseñar a la nueva añada a dar los primeros pasos en los distintos
bailes regionales. No se trata en este caso, de la tradición oral,
como ocurre con las canciones; podría decirse, de igual modo, que
existe una tradición visual e incluso estética que se conserva tras
muchas generaciones parraguesas. Que nadie se ofenda con esto ya que
para cada pueblo del concejo puede decirse lo mismo. En cada sitio se
observa una marca sutil que lo diferencia con el resto y es eso, a mi
parecer, lo que enriquece el folclore. Resultaría aburrido ver lo
mismo, con las mismas reglas en todos los lugares. Sería como si al
beber un vaso de vino o probar un trozo de queso tratásemos de
compendiar toda la variedad existente de estos productos.
En
mis años de romero me empapé de esos matices tan particulares en la
forma de festejar que tienen las gentes, el santoral de la zona.
Desde San Antón en Parres que es como chupinazo inicial, van
llegando las demás festividades, paulatinamente primero y con
moderación, después, llegado el verano, sin descanso. No dábamos
abasto a tantas fiestas aunque la hora obligada para llegar a casa,
no solía ser pasada la medianoche. En las hojas del calendario del
nuevo año, marcábamos las fechas por no dejar ni una, aunque era
poco menos que imposible cumplir con todas. Pronto llegaba el Santu
Ángel de El Mazucu y tras él seguían Santu Medé, San Felipe, San
Fernando, San Juan, San Pedro, El Carmen, El Cristo, Santa Marina, La
Madalena, Santiago, Santana, La Guadalupe, Las Nieves, Justo y
Pastor, Nuestra Señora, San Roque, La Guía, El Morru y La Salud,
los Rosarios y otras festonando todo el recorrido del año y
haciéndolo así más llevadero.
Hoy
en día se rompieron las tradiciones, empezando por el poco respeto a
las fechas de celebración que hasta los mismos santos, con perdón,
deben de hacerse un gran lío. Sólo prima que caiga en fin de semana
para contar con la masiva presencia de visitantes.
Santa
Marina se celebra desde tiempos lejanos el día 18 de julio y no
importa qué día de la semana sea. Tiene la ventaja, eso es cierto,
de celebrarse en un lugar diríase de mágico encanto, muy respetado.
Con ese genuino envoltorio natural que arropa a la festividad es
harto difícil desentrañar dónde comienza o acaba lo pagano, lo
religioso o lo mágico.
Van
sucediéndose a lo largo de la mañana los componentes del programa.
Desde La Vega los Romeros, parte la comitiva en una especie de
peregrinación, hasta las camperas que rodean a la Capilla con sones
de gaita y a ritmo de tambor y panderetas. Abren paso a distancia
prudencial el cohetero y su ayudante lanzando al aire fuertes ayes
que abren las nubes e intimidan a la lluvia que opta por mojar otros
parajes. Les siguen el gaitero y el tamboritero marcando el paso de
compases repetitivos que retumban y hacen eco en la cercana montaña.
Detrás marchan los mozos vestidos de pastores portando los pesados
ramos cubiertos de roscos de pan y engalanados con hortensias y
lazos. Luego marchan haldeando las bellas aldeanas del ramu,
ricamente ataviadas con bordados de negras cuentas, collares y
pendientes de coral, con gargantilla y camafeo de azabache. La gente
se va sumando a la comitiva a medida que pasa junto a los caminos que
llegan a la carretera.
Ya
en el campo, se instalan las aldeanas haciendo pasillo hacia el
altar. Arranca el coro con los cánticos en latín de la misa. El
cura y los dos monaguillos esperan su turno y dejan después
proseguir al coro. La gente escucha, piensa, siente en silencio la
mente que desgrana recuerdos pasados o habla y saluda al viejo amigo
que hace tiempo no ve.
El
sermón que rige el día según el reglamento eclesiástico y el
anecdotario legendario sobre la Santa que veneramos y a la que
pedimos creyentes y no creyentes, por si acaso, el milagro de una
curación y vaya uno a saber cuánta variedad más de necesidades no
cubiertas, da complemento al acto religioso.
Continúa
la procesión con la Santa en andas y marchando atrás sin perderle
cara. Las aldeanas sortean con dificultad el sinuoso camino que rodea
el campo hasta que es depositada en una peana para presidir el
ofrecimiento de ramos y corderos que le entregan por familias,
parejas o individualmente, los devotos que le deben su acción
protectora durante el año que pasó.
Después
de llevarla hasta la Capilla en la que nos espera hasta el año
siguiente, se rematan los roscos de los ramos y los corderos.
Ahora
vienen los bailes regionales que cierran como broche de oro la parte
de fiesta romera, ya bien comenzada la tarde.
La
emoción nos embarga porque todos nos sentimos dentro del traje de
los danzantes, como si lo hicieran por nosotros y no es raro sentir
un breve estremecimiento de emoción que intentamos frenar antes de
que se enagüen los ojos de la nostalgia del fugaz tiempo pasado.
Sólo los altos plátanos parecen crecer sin emoción firmemente
arraigados al suelo donde los plantaron.
6.-
Cantares de Santa
Marina en Parres.
“En
este frondoso campo
de
muchas y verdes plantas
venimos
a celebrar
nuestro
día, hermosa Santa.
De
Mañanga entre el verdor
se
levanta tu capilla
de
luz que radiante brilla
para
el humilde pastor.
Con
cariño y con amor
te
crió una labradora
en
una pequeña aldea
con
oficio de pastora.
Con
santa resignación
padeciste
en el martirio
a
la edad de quince años
por
la fe de Jesucristo.
Adiós
Santa milagrosa
madre
de virtud y dones.
Tiende
tu piadosa mano
sobre
nuestros corazones”.
La
reverencia de las pequeñas:
Aquí
tienes muy devotas
a
las niñas de este pueblo,
aquí
tienes muy devotas
a
las niñas de este pueblo,
Gloriosa
Santa Marina
protegenos
desde el cielo.
A
hacerte la reverencia
venimos
con alegría,
a
hacerte la reverencia
venimos
con alegría,
este
ramo te ofrecemos
Gloriosa
Santa Marina.
Que
somos tus más devotas,
santa
hermosa, tú lo ves,
que
somos tus más devotas,
santa
hermosa, tú lo ves,
y
por eso nos postramos
de
rodillas a tus pies.
Gloriosa
Santa Marina
la
despedida te damos,
Gloriosa
Santa Marina
la
despedida te damos,
mándanos
la bendición
a
las niñas de este pueblo.
El Ofrecimiento:
Gloriosa
Marina, eres más hermosa
que
las azucenas, claveles y rosas.
Gloriosa
Marina, más hermosa eres
que
las azucenas, rosas y claveles.
Eres
estrellita, sales del Oriente,
alumbras
y guías a toda la gente.
Eres
estrellita, del Oriente sales,
alumbras
y Guías al pueblo de Parres.
Hoy
los corderitos te dan los pastores;
nosotras,
un ramo de pan y de flores.
Vienen
los pastores con sus corderitos
para
que los libres de todo peligro.
Venid
pastorcitos, dejad las cabañas;
venid
corderitos, dejad las montañas.
Venid
y cantemos a Santa Marina,
venid
y adoremos su imagen divina.
A
los quince años fuiste pastorcita
cuidando
ganado, Gloriosa Marina.
Ya
nos despedimos, gloriosa Marina,
hasta
que en el cielo nos des compañía.
7.-
Los ensayos
Como
fue siempre costumbre, una vez finalizadas las fiestas de San Pedro
de Pancar, dan comienzo los ensayos
de
Santa Marina de Parres en la bolera de la Escuela.
Allí
acudimos a las diez de la noche, a dar fe de nuestra admiración,
respeto y nostalgia al comienzo de los bailes que deleitan todos los
años a los romeros que acuden a la campiña de Santa Marina, el día
18 de julio. Aunque los años pasan de forma vertiginosa, se
mantienen imborrables los sentimientos primeros con sabor agridulce
de la añoranza del tiempo perdido en el pasado. Recuerdo cómo
jugábamos los más críos a corretear por la bolera, mientras las
panderetas con sus sonajas bailaban al aire los sones marcados por la
piel del tambor y el acompañamiento de gaita. El sonido rebotado por
la fachada de la escuela revierte en las casas de Pedrujerrín y de
la Piniella, haciendo un fuerte eco.
Afortunadamente,
cambiaron muchos conceptos en comparación con los existentes en
aquella época. Antaño, los ensayos trataban esencialmente de los
cánticos religiosos, tanto de la salida de ramos, la misa, la
procesión y el ofrecimiento, que siguen manteniéndose tal cual.
Hogaño,
salen más reforzados los bailes tradicionales que se exhiben una vez
terminado el ritual religioso. Los más pequeños aprenden desde tan
corta edad a dar los primeros pasos de los bailes entrenados por los
jóvenes en una cadena que se continúa año tras año con la ventaja
del interés que despierta en ellos, lo que hace posible que la
tradición continúe tan fresca.
Los
bailes que se hacen en orden a las edades, lo que asegura una
continuidad a través de los años:
A)
Los más pequeños se inician con el “Xiringüelín”.
B)
Los medianos bailan “La Jota del Cuera” y “El Quirosanu”.
C)
Los mayores bailan que lo bordan “La Jota de Cadavedo”, “El
Xiringüelu”, “El Fandango” y “El Pericote” cuyos vestigios
de danza ancestral vienen en su origen, según se dice, del pueblo de
Cue y que en su forma más simple se bailaba entre dos aldeanas y un
pastor. Hoy van ataviados con los respectivos trajes de aldeana y de
“de llanisca” y “de porruano”, respectivamente, términos
nacidos quizás del mal uso en los distintos medios, que acaban
confundiendo a los foráneos, como bien he comprobado en múltiples
ocasiones, que consideran el vocablo “llanisca” sólo atribuible
a la Villa, aunque todos los pueblos son llaniscos por pertenecer al
Concejo de Llanes, pero que antaño se decía aldeana y pastor.
Para
dar oportunidad a mayor cantidad de danzantes, actualmente se baila
el Pericote con múltiples tríos, lo que lo hace más complicado por
la coordinación de todos los participantes, que cuando se logra lo
hace, si cabe, más vistoso.
Ramón
González Noriega
0000000000000000000000000000
Otros textos sobre la fiesta publicados con anterioridad, que encontré en la hemeroteca:
Bibliografía:
“Estampa de Santa Marina”
La
mejor de todas las romerías de la comarca es, sin duda alguna, Santa
Marina. Bien es verdad que ninguna tampoco tiene aquella extensa
pradera, que presta al romero toda clase de comodidades apetecibles.
Es
un pintoresco valle, limitado al sur y poniente por los elevados
cerros de Mañanga, y al norte y oriente por suaves y floridas
colinas.
Solitaria,
en medio del valle, está la rústica capilla de Santa Marina. Por
todas partes la cobijan, con su sombra, soberbios castaños cuyos
troncos huecos prestan abrigo a los pastores.
Adorna
el suelo el rizado helecho, y al pie de las colinas inmediatas
susurra la fuente de agua fresca y cristalina.
A
la orilla de estas fuentes se abren multitud de humildes florecillas
silvestres, y por todos los ámbitos del valle se mecen, a impulso de
las brisas, las recortadas hojas del roble y el castaño, que en
abundante profusión pueblan la llanura, convidando con su grata y
apacible sombra.
Por
esto es la romería más alegre y concurrida de todo el verano. Que
no creáis que ella acuden sólo los llaniscos, sino también de todo
el concejo y de todos los concejos y villas inmediatas y hasta de la
capital de España y de la de la provincia acuden romeros atraídos
por la justa fama que esta romería goza.
Lo
que más nos llama la atención allí es la fraternal unión que
reina entre todos los que a esa romería acuden, pues en este día ni
el rancio noble se acuerda de sus empolvados pergaminos, ni el
honrado campesino, de sus agrícolas faenas, que todos se confunden
en el contento general y a todos preocupa un solo pensamiento, una
sola idea: divertirse.
No
se conocen las jerarquías sociales, que todos son iguales allí.
La
elegante jovencita llanisca se pone el vistoso traje de aldeana,
confundiéndose de esta manera con la sencilla aldeana por
naturaleza. Y lo que decimos de la joven llanisca, lo decimos también
de la linajuda ovetense y de la aristocrática madrileña, que de
ambas capitales, como ya dijimos, van a gozar de esta sin igual
romería.
El
menestral abandona sus talleres y el comerciante sus negocios; el
pastor recoge el rebaño en la majada y el labrador encierra en la
corte el tardo buey y todos se dirigen a la gentil pradera a pasar el
día más alegre que de seguro pasan todo el año.
Durante
las primeras horas de la mañana veréis afluir a a aquella pradera
largas hileras de gente vistosamente engalanada. Es costumbre entre
los llaniscos comer ese día en Santa Marina; y unos llevan de sus
casas, en grandes maconas, provisiones abundantes para toda la
familia, contando siempre con algún convidado que al caso pudiera
presentarse, y otros se proveen en los cien fonduchos que allí se
establecen al aire libre. Y a la sombra de un árbol o a la margen de
un arroyo, se improvisan opíparos banquetes campestres en que nunca
falta en abundancia la rica sidra, amén de músico callejero que
alegra el corazón con los sonidos de su instrumento. ¡Y qué
aspecto presenta la pradera a la hora de la comida! Pálido sería
cuanto a este respecto pudiéramos decir, por lo que mejor nos
resolvemos a no decir nada.
La
pradera y la ermita de Santa Marina pertenecen al pueblo de Parres
que está orgulloso, y con razón, de poseerlas, y este pueblo es
quien organiza los festejos, que pudiéramos llamar oficiales, entre
los que figura el “ramu”, la misa solemne y la procesión, con su
legendario “ofrecimiento”, el cual vamos a describir tal cual
nuestro escaso cacúmen nos lo dicte.
Después
de haber recorrido la procesión la mayor parte de la pradera, se
detiene en un sitio determinado, donde al pie de frondoso castaño
tienen preparado ya un pequeño altar; sobre él colocan a la santa
para tener lugar el “ofrecimiento”. Todos se aglomeran a ver esta
tan sencilla como devota ceremonia. Y así es que el pequeño corro
que frente a la santa se forma, con frecuencia se ve invadido por la
numerosa concurrencia que alrededor se apiña.
En
el centro de este corro veréis al sencillo pastor, lo mismo que a la
rozagante pastora, llevando en sus brazos el mejor cordero del
rebaño, que es lo que constituye la ofrenda, vistosamente adornado
con profusión de flores y cintas.
Tres
o cuatro músicos ambulantes amenizan el espectáculo con aires
pastoriles, que ejecutan en sus instrumentos, a quienes reemplazan
las mozas del pueblo con bulliciosas panderetas.
A
la orden del Sr, Cura de la parroquia empieza el “ofrecimiento”
de los corderos que los devotos ofrecen, haciendo tres reverencias
cuando se aproximan a la santa, y otras tres cuando, después de
dejar la ofrenda en poder del mayordomo de la iglesia, retroceden.
Dura esta ceremonia una hora aproximadamente, y terminada, de nuevo
la procesión se pone en movimiento hacia la capilla, precedida de
las “mozas del ramu” que, tocando las panderetas, andan para
atrás, delante de la imagen festejada.
A
todos cuantos acuden a esta romería llama la atención esa ofrenda
sencilla de los pastores y, sobre todo, el fervor religioso y la fe
sincera con que la ofrecen.
Allí
se baila lo mismo la cadenciosa giraldilla que el violento
“pericote”; el raudo vals que el entretenido fandango o la
entusiasta y difícil jota. Allí se canta en todos los tonos del
diapasón y al estilo de todos los pueblos, resaltando siempre el
peculiar y hermoso de aquella tierra. Y por último, allí se ríe,
allí se da expansión al ánimo y alegría al sentimiento; allí se
olvida el pesar y el placer se recuerda; allí se goza en toda la
extensión de la palabra.
¡Gratos
recuerdos de lisonjeras impresiones deja en el corazón de los
llaniscos esta nunca bien ponderada romería, pero aún en el
transcurso del verano le esperan al corazón nuevas impresiones,
nuevos goces, nuevas alegrías, que seguirán dejando en él las
huellas de múltiples recuerdos!
Ángel
de La Moría.
[En "El Oriente de Asturias", semanario llanisco.]
Santa Marina, antaño
“Entre
ocho y nueve de la mañana del día 18 de Julio, se disparaban unos
cohetes en la plaza Mayor, como aviso para que los jóvenes nos
fuéramos reuniendo a fin de emprender la marcha a la famosa romería
en alegre caravana dispuesta a gozar de las alegrías campestres con
que aquella nos brindaba. Unos llevaban acordeones, otros
cantimploras para echar algún trago en el camino y todos con la
sencilla indumentaria y el indispensable sombrero flexible, algo
abollado y con el ala doblada para abajo representando, por un solo
día al año, el papel de joven calavera,
que deja al lado la ordinaria y forzada seriedad, para entregarse de
lleno a la adoración del dios placer en un ambiente sano y entre
mozas primorosamente ataviadas que, con sus encantos, convertían en
soñado edén la soledad de la selva.
El
viaje se hacía a pie, generalmente por el lado del río desde Pancar
a la Llavandera y Melendro, a subir por un cueto que hay entre el
molino de La Vega y Parres, charlando y cantando, ya predispuesto el
ánimo para los goces en perspectiva, dorado sueño que la juventud
llanisca acariciaba durante todo el año. Ya a las nueve de la mañana
se veían por los caminos que conducen al lugar de la fiesta
numerosas personas que acudían en hora temprana para no dejar de
disfrutar un solo momento de las expansiones propias de la
incomparable romería. La vega inmediata a la capilla estaba poblada
de castaños y robles, y en el extenso prado, al Este de dicha vega,
había también un espeso bosque, a cuya fresca sombra celebraban sus
opíparos banquetes, sobre el césped, el Marqués de Gastañaga, el
de Espeja, Mendoza Cortina y otras distinguidas familias que con sus
manjares y exquisitos vinos y licores invitaban a cuantos se
acercaban a aquellos sitios, bailando y cantando todos después, sin
que hubiera otra diferencia de clases que el buen comportamiento,
casi siempre irreprochable, y de una armonía y familiaridad que
admiraba y sorprendía muy agradablemente a cuantas personas extrañas
solían concurrir.
Antes
de la procesión y ofrecimientos de ramos y corderos ya se celebraban
bailes halagando al oído las notas de los acordeones y de la gaita y
bellos aires cantados por aquella mocedad animosa y pacífica.
Las
jóvenes vestían casi todas el elegante y airoso traje llanisco,
confundiéndose, por tanto, las artesanas con las pertenecientes a
las familias más distinguidas por su encumbrada posición social.
En
la función religiosa hubo poco o ningún cambio, celebrándose en la
misma forma que antes la procesión y ofrecimiento, y con el mismo
carácter original y típico que en tal acto se ha distinguido
siempre tal romería.
Terminado
el ofrecimiento se diseminaba la gente por la arboleda para comer
tendidos sobre el mullido césped, ofreciendo un magnífico aspecto
los numerosos grupos que animaban la amplia vega, reinando tal
fraternidad entre ellos que nunca se registraba una sola nota
discordante, cambiándose mutuamente los manjares con que cada cual
contaba en su improvisada mesa. Después, en cada grupo se organizaba
un baile, oyéndose por todas partes alegres notas y armonioso
cánticos entonados a coro por los jóvenes disputándose la
supremacía de sus voces, cuyos ecos resonaban dulcemente impregnados
de esa poesía popular que tan hondamente penetraba en nuestro ser,
dejando en él placenteros e inolvidables recuerdos.
Después,
las giraldillas aisladas y bailes en conjunto a lo llano, el
pericote, y por fin, la danza...
Gloriosa
Santa Marina
que
estás al pie de Mañanga,
protegiendo
a los pastores
cuando
suben a la braña.
D.
Félix Segura y D. Vicente Pedregal, que eran muy entusiastas de esta
romería, han compuesto música parra muchas giraldillas de las que
allí se cantaban. De don Félix recuerdo la siguiente, para la que
hizo letra y música:
El
amor es un bichillo
que
por los ojos se mete,
y
en llegando al corazón
no
hay nadie que lo sujete.
Bailemos,
pues,
fuera
el dolor,
hoy
es Santa Marina
niña
divina
dame
tu amor.
También
recuerdo que don Vicente compuso música para las siguientes
estrofas, que yo hice con el fin de ser cantadas por los jóvenes:
Es
el verde césped
primorosa
alfombra
y
el verde ramaje
tupido
dosel;
cantemos
alegres
a
su grata sombra
que
en Santa Marina
se
alberga el placer.
A
los cánticos sonoros
que
a este valle animan hoy
preferimos
de las copas
el
sonido halagador.
También
escribí en otra ocasión la siguiente letra, con música de dicho
señor Pedregal, y que me sirvió más tarde para el “coro báquico”
de mi zarzuela “La romería de Santa Marina”, con música de don
Estanislao Verguilla:
Bebamos
sin tasa
y
alegres cantemos
que
breves las horas
de
dicha serán;
bebiendo
y cantando
la
pena olvidemos
que
a Santa Marina
se
viene a gozar.
Disfrutemos
de la vida
ya
que un breve sueño es,
y
dejemos un momento
de
cantar para beber.
Un
extranjero que por aquellos años concurrió a la romería y que,
entusiasmado, recorrió todos los puestos y grupos llamando la
atención por su raro aspecto, su dificultosa pronunciación y su
gracejo y humorismo, me inspiró los siguientes cuplés,
que posteriormente figuraron en dicha zarzuela y que pongo en boca de
un lord:
Llamarme
Jaime de Macaulay,
la
Gran Bretaña ser mi país,
cruzar
el mundo y en sus caprichos
la
suerte mía traerme aquí.
Gustarme
España, la noble tierra,
pero
de España gustarme más
la
hermosa Asturias por sus costumbres
en
las que Llanes no tiene igual.
¡Yes!
Santa
Marina para mí
una
función muy bella ser,
y
las muchachas que hay aquí
hacer
de Llanes un Edén.
Si
yo algún día torno a mi patria
de
vuestras fiestas prometo hablar,
pues
de ellas llevo dulces recuerdos
que
de mí nunca se apartarán.
El
regreso de la romería, al anochecer, se hacía también a pie,
charlando y entonando canciones populares, de las que había extenso
repertorio, aunque no faltaban algunos rezagados que a veces
equivocaban el camino, como sucedió a uno que llegó a las cuatro de
la mañana del siguiente día al pajar de la casa de Vieya,
en compañía de un ciego que tocaba la antigua gaita gallega y de la
famosa Bel
cantando:
Gloriosa
Santa Marina
celebramos
vuestra fiesta
que
es una fiesta divina...
Y
tantas veces repitieron el estribillo que, despertando el viejo
Xúpila,
que tenía regular genio, salió de la cama convirtiendo el Gloriosa
Santa Marina
en una verdadera y gloriosa revolución matinal...”
Demetrio
Pola Varela
[De
la colección “Del Llanes antiguo”, en la obra de Demetrio
Pola Varela,
“Crónicas
y Poesías”,
Tipografía: “El Oriente de Asturias”, 1923, páginas (167 a 174)
de las que hice una copia literal.]
Santa Marina
Ofrendan
corderos
las
mozas de Parres
a
la santa de ojos
color
de los mares.
Al
pie de Mañanga
al
pie de la ermita,
bendita
la imagen
de
Santa Marina.
Vinieron
trotando
de
pacer el césped,
con
lazos de rosa
corderos
de nieve.
Con
lazos azules
y
hocicos de rosa,
vienen
los corderos
retoza
y retoza.
En
brazos de rosa,
en
brazos de leche
las
mozas los cogen,
corderos
de nieve.
Bajaron
triscando
desde
las alturas
recentales
negros,
brañeras
pezuñas.
Con
sus lazos rojos,
sus
belfos de fauno,
los
corderos vienen
color
de pecado.
Y
en castos mandiles
mienten
suave infierno
el
vellón nocturno
y
el lazo de fuego.
Balidos
rizosos.
Sortijas
lanudas.
En
rito pagano,
corderos
de Asturias.
De
gayos colores
las
mozas vestidas,
Pan
infante ofrecen
a
Santa Marina.
Niña,
tú a la santa
haz
consagración
del
cordero blanco
de
mi corazón.
Celso Amieva
[“Antología
poética de Celso Amieva”, Editado
por el Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias. 1985. Impreso
en Mercantil -Asturias.]
Santa Marina y las galas llaniscas
A
la sombra de la Sierra del Cuera y bajo el arisco corte de La Muezca
de La Becerrera, la piedad elevó hace muchos años cierta capilla
blanca, de estrecho porche, en cuyo fondo un altarín, confiando a la
gracia de Dios, sostiene la imagen cándida de Santa Marina, la
doncella que en 123 -un año de los del Apóstol- sufrió martirio.
Tiene Marina, manto de oros y a los pies, abatido, el diablo.
La
espadaña de la ermita guarda más que campana un aquilón de
vocecilla cordera y en su frente un prado de verdes tiernos, siempre
húmedos y como recién nacidos. En tal día vienen a la ermita
gentes de Parres, andando por los caminos, con sus "ramos"
de pan y de hortensias, y las de Llanes, por una carreterilla
ondulante, con denguez y mimos de pomarada.
Llegan
los de Parrres -porque la fiesta es de ellos- con la suya, el
justillo, el "solitario" de bordado de azabache y el
pañuelo, que recata el pelo, porque el pelo fue para el pudor
aldeano, como para la vergüenza femenina musulmana, desnudez.
Nada
tan bello como este traje de Llanes, cuyo encanto entra en la buena
envidia de toda Asturias y gana hasta el mismo Oviedo, que le adopta
como gala de la región. Colores pocos en la saya de terciopelo o
paño; el rojo, el verde o negro y el avellana, que es el más
característico y ahora llamarían "beige". Se ajusta al
torso con una blusa de blanco bordado, por cuyas mangas bajan las
cintas trenzadas; el corpiño es azul, de brocado, o amarillo, rosa o
verde, y el "solitario" cubre la espalda y cruza el pecho
con azabache en sus bordados y flecos. Y el pañuelo que se pliega,
cruza, ciñe y aligera, es el más sencillo y complicado de los modos
de colocarlo, distinto a todos los del Principado y de la cercana
Galicia. La chaquetilla, del color de la saya, va al hombro, en la
más pizpireta de las posiciones.
Con
este traje vienen las niñas de Parres, y las mozas con sus ramos
para la ofrenda de Santa Marina. El fuerte cuero de los zapatos pisa
los charcos del camino, porque el cielo está gris y la lluvia se
enracha y sabe a mar. Delante, llorea majestuosa su gaita, Manolo
Rivas, que es el "Antonio Bienvenida" de su arte. Acompañan
el paso de las sonajas de las panderetas, en un ritmo astur tan viejo
como el Tiempo. En la misa, esa tenue vibración que apaga el viento
y el rumor de los árboles por él batidos, acompañará al instante
supremo, cambiando levemente su son al azar, el sacerdote.
Terminada
la misa, en la pradera se hace sencilla procesión, mientras turba la
paz el estruendo de las bombas. Esta procesión, que precede a la
ofrenda de los "ramos", tiene la entrañable característica
de no dar nadie la espalda a la imagen. Los que van delante, las
aldeanas engalanadas, caminan hacia atrás, y una de ellas golpea el
tamboril, dando al paso y a los panderos su norma, mientras la
campanita, nacida para la suavidad, el ángelus, replica alborozos
por la mano de un monago difícilmente encaramado en la espadaña.
La
ofrenda. Asturias ha conservado sus tonadas y cantos de risco,
montunos, nacidos en la braña y en la soledad. Saben a paz, después
de una batalla, como si las mujeres de los hombres de Pelayo, les
rezaran para agradecer la vuelta de los héroes. No ha entrado en
ello ni una sola nota nueva, quizás no sean más de cinco las que
juegan entre ritmo igual emocionante de los minúsculos. Estos se
alzan apenas veinte centímetros de la mano izquierda que los recibe
para golpearlos suavemente. Y las voces no se alzan ni buscan
lucimiento.
Cuando
dicen el verso inicial y el coro completa el romance:
"Venimos
Santa Marina,
alegres
a saludarte
para
que de luz divina
cubras
al pueblo de Parres".
Largo
el romance, con el mismo ritmo siempre, avanzando las solistas en
cada verso un paso, hasta que al pie de la imagen terminan
arrodilladas. Sus compañeras las siguen y completan la ofrenda. Unas
mujerucas y una niña han ido en la procesión con sudarios: es la
promesa por algún mal grave del que sanaron. De ese tono de conseja
el clima, la luz de la tierra, esas vedijas de niebla que se
enganchan en el bosque de la sierra y que durante muchas horas se
espesan hasta borrar los picachos y convertir el horizonte cercano y
fiero en bóveda infinita de un cielo bajo, tacaño en azules.
Luego
la gaita gorjeo alegre y la danza es nueva ofrenda a la santina. Y ya
en la tarde, cuando la sidra ha regado la tierra y calentado las
molleras, otra danza se impone, pero para ésta sobra la gaita y
están fuera de lugar las galas llaniscas. El mambo y el bolero,
también se deslizan por entre las zarzas y los gromos, ¡qué verdín
más cálido el de sus flores humildes, de los montes asturianos!
Luis
de Armiñan
[Es
una copia literal del libro: Antología, en
la serie de publicaciones “Temas Llanes, nº 36”. 1987, (Págs.
97, 98 y 99) del semanario "El Oriente de Asturias".
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