En la parte expuesta al Oeste presenta una roca alargada a ras del agua en la que las olas forman una densa espuma al tropezar con su esqueleto pétreo, que acaso pudiera haber inspirado en los antiguos pobladores la referencia al monstruo. La mar y quienes la habitan dieron, siempre, motivo para la imaginación o ensueños quiméricos plasmados en la Literatura de todas las épocas, desde la homérica hasta la de nuestros días. Invito a quien sea ávido de vivir momentos de tranquilidad en la observación de la Naturaleza, que se siente enfrente de Peñaquinera y se deje inundar por el bramido del mar, mientras escucha sus propios pensamientos. Serán claros como la espuma que baña este humilde islote que no figura en ningún mapa que se precie de tal, pero que deja huella profunda en quien tiene la ocasión de admirarlo.
AL LECTOR:
Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.
viernes, 9 de febrero de 2007
PEÑAQUIMERA
Las olas atacan con bravía el acantilado. Después del choque se retiran dejando jirones de su falda sedosa entre las rocas y en el suelo de la playa de escasa arena. Hacia levante, se yergue majestuosa, inmóvil, Peñaquinera. Pequeño islote que parece bogar constantemente para no dejarse llevar lejos de la costa; es refugio de patos y gaviotas quienes la eligieron posiblemente, hace muchos siglos, quién sabe, si esperando que algún día suelte amarras, proa a otras tierras. Es admirable el acierto de las gentes del lugar para dar nombre a las cosas que les rodean. Siempre hay un término a mano para ello. El que recibe este castro hace referencia a un fenómeno visual que tiene lugar, dependiendo del punto de mira que se elija. Tanto si se sube a la Sierra, por encima de Buelna, como si se llega desde Santiuste, Peñaquinera es una pequeña isla, a la deriva, batida casi siempre por un mar embravecido; da la impresión de estar demasiado alejada de la costa, como si de repente hubiese emprendido su ansiado viaje. En otras ocasiones, cuando el sol se sumerge en el mar en su ocaso agosteño, Peñaquinera se torna fantasmagórica. Se acerca ópticamente a la costa y se aleja y se repite incansablemente, como si llevase a bordo pasajeros que fuesen o viniese del mar a tierra, de tierra al mar. "Peñaquimera" y no Peñaquinera, debiera pronunciarse; sin embargo, no es fingida su existencia: tan sólo su movimiento. La quimera era un animal fabuloso, con la cola de dragón, el cuerpo de cabra y la cabeza de león que vomitaba llamas.
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