AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

lunes, 10 de septiembre de 2012

LA BAJADA DE LA GUÍA

El mes de septiembre cierra con broche de oro el período folixeru llaniscu con las fiestas de Nuestra Señora Virgen de Guía.
Es momento de regresar a los lugares de residencia, de quienes volvieron un año más a su tierra de origen o a la de sus padres. Es como un alto en el camino que se debe continuar, con la esperanza del regreso en el año venidero.
En este mes puede decirse que existe un turismo religioso, sin frivolizar, porque noto, tanto en “La Bajada” como para “La Subida”, que a la gente nos mueve algo más que lo puramente folixeru. Quien viene por estas fechas a Llanes, busca algo más que la arena de nuestras playas.
No obstante el boato con que se engalana a la imagen de La Guía, fue y es la imagen más venerada de las gentes más humildes de la villa, los marineros, y por la de los pueblos de la periferia, salvo unas excepciones. Esta diferente devoción religiosa entre los llaniscos, fue antaño más radical que lo es hogaño. Era, si se examina fríamente, una forma solapada de ejercer el derecho a manifestarse en lo que se podía, ya que dentro de la esfera política, no cabía discusión alguna.
Es en la noche del día 7 de septiembre cuando tiene lugar “La Bajada de la Guía”, por el trayecto que hay desde el sitio donde se levanta la capilla hasta la Basílica, acompañada en procesión silenciosa, lenta, solemne y portada por los cofrades. Abren camino los farolillos, estandartes y arcas de los Misterios, que portan los más jóvenes, con rostros hieráticos, de traje y corbata y guantes blancos. Siempre me produjo la impresión de asistir a un paso tardío de Semana Santa, un tanto triste, por el silencio de la gente que desfila y de los que esperamos a un lado de la calle, y por el movimiento de los pábilos de las velas. Desde donde me sitúo todos los años a esperarla, junto a la “Casa Contró”, puedo ver el tramo último de la bajada y otro en llano hasta la entrada en el puente. Los murmullos de la gente agolpada en las aceras que habla y comenta se extinguen como una onda cuando aparecen los primeros cirios que abren la procesión. Los minutos parecen expandirse y se hacen eternos mientras se organizan en líneas de a tres, todas las “Mantillas”, unas de tocado negro o blanco, cada cual eligiendo aquél que más realce su cara y su figura, o quizás, el que mejor exprese los sentimientos que lleve en el corazón.
Busco entre ellas, caras amigas, familiares, compañeras de estudios, de trabajo y alumnas. Al fin, aparece la imagen, como una luminaria que combate la oscuridad, porque ese es uno de los sentidos de esta fiesta. El paso de los que la llevan, ha de ser rítmico y con él parece dársele vida. Se le humedecen los ojos y se le agranda el espíritu al espectador cuando se ilumina de pequeñas luciérnagas la blanca tez de la imagen. Junto al edificio de Correos, se incorpora la Banda Municipal que marca el paso hasta que llega al puente.
Atajo por la plaza de las Barqueras y salgo a la orilla del muelle, porque quiero verla mirando al mar. ¡Cuántos recuerdos se me agolpan en esta noche. Mis compañeros de instituto, residentes en el Colegio Menor, se incorporaban por estas fechas al nuevo curso y en la procesión, llevaban los farolillos, uniformados con chaqueta azul, pantalón largo gris, corbata granate y guantes blancos. Apenas me vienen a la memoria unos pocos apellidos: Inguanzo, Hevia, Bode, Burgos, Gonzalo, Maya... y quedan en el olvido tantos y tantos más.
De las cámaras digitales brotan ráfagas de luces que se convierten en pequeñas perlas que se cuelgan de la brillantes mirada con que el artista imaginero la creó. Algo parecido a una pequeña descarga eléctrica recorre mi médula estremeciéndome de emoción.
La Guía mira, con rebeldía, a la bocana del puerto y sus destellos se reflejan en el agua mientras su figura queda enmarcada con Tieves al fondo. Rompe la oscuridad de la noche una lluvia de colores que toman forma de palmeras. Un niño subido en los hombros de su padre llora sin consuelo. Así me subió el mío y yo hice lo mismo con los míos por que percibieran desde arriba todo el espectáculo. El padre le fabula que las luces son estrellas y el niño sofoca sus miedos entre suspiros. Unos minutos más tarde comienza a sonar la traca que ya no puede soportar en sus tiernos oídos.
Una sirena de altavoz, imita, o quizás sea la misma, a la que sonaba en el viejo edificio de la Lonja y el niño llora de nuevo. La sirena es la voz para los que emigraron allende el mar y que no pudieron venir, le quisiera yo decir, pero el ruido me lo impide.
Este año, no pude estar, pero me bastó cerrar los ojos y sentirlo, porque lo llevo muy dentro.

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