Primer tramo
Es frecuente ver en la villa grupos de personas que quieren conocer
el callejero y las casas más nobles y señoriales o aquellas donde
algún suceso reciente, como el rodaje de una película, se dio.
Escuchan con atención, estoicamente, las explicaciones que dan los
guías turísticos mientras tratan de ver en las edificaciones los
restos de esa nobleza que con orgullo se les muestra, como si les
interesase saber de sus nobles y regios moradores. Y no está nada
mal este paseo por el casco viejo y las angostas callejas que
trasiegan el calor al mar. A veces, las tan preparadas explicaciones
se ven cortadas por el ruido de los vehículos que no hubo manera de
dejar aparcados en las afueras, muchas veces por vagancia y otras por
pura necesidad. Es posible que lo que entre por sus ojos y por sus
narices sea más que suficiente, ya sea el olor salobre de la ría o
de los fogones donde se fríen los productos arrebatados a la mar.
Puede ser que unas palabras sueltas, el olor y la vista romántica
del Llanes medieval sea suficiente pago para el largo viaje realizado
en cualquier época del año.
Esta semana a través de esta página llevaré a nuestros lectores,
quizás desde sus casas, por una ruta, donde sólo oirán hablar de
la nobleza de las gentes que allí dejaron sudor y vida, tan
importantes como la de aquellos que dejaron sus ostensibles blasones
en las piedras de la Villa.
Provistos de mochila y de bastón saliendo del puente nos metemos por
el hermoso parque en la ribera izquierda del río, Usaremos, para
entendernos, el código aplicado en geografía por el que se mira
siempre correr las aguas para decidir si es izquierda o derecha, de
esta forma nos evitaremos malentendidos. Este parque se conocía
anteriormente como el “mataderu” y aún se preserva la
edificación rehabilitada como Museo marítimo.
Ahí, en esa pequeña vega se hacían las verbenas de las fiestas de
La Guía, al lado del desaparecido y noble teatro
Benavente, exposiciones de ganado y otros eventos.
Salimos a la calle siempre a la vera del río. En frente, cercana a
una casa que parece sostener el talud de la carretera de los Altares,
se conserva incrustado en el paredón de piedras almohadilladas el
arco de una fuente que dio agua a los vecinos y la vertía al río
justamente donde estaba el lavadero. Me recuerdo sus depósitos
llenos de ropa añilándose y el olor a jabón chimbo.
Inclinadas sobre sus tablas, las mujeres frotan y frotan con sus
blancas manos mientras conversan a voces para vencer el rumor del río
y el griterío de los chiquillos que cazan renacuajos en las arenas
sedimentadas donde nacen unas matas de berros. Las aguas del río
liberadas del largo y sinuoso trayecto desde las cuestas, se retiran
a descansar en el mar. Surgen de entre los arcos del viejo molino de
Cagalín de José Noriega, preparado tanto para la
molienda como para obtener, por medio de una dinamo, la energía
eléctrica que iluminó las casas de la villa y fábrica de hielo. Purón,
Carrocedo y Bedón darían luz a nuestra infancia.
Aprovechaba el último desnivel importante del río tras el puente de
Cagalín donde tenía la presa. Seguimos en
busca de la nueva ruta abierta por las fincas de La Bárcena,
hasta salir a la carretera de La Portilla. Antes del
pequeño puente que cruzamos, a la derecha estaba el penúltimo
molino para el río, para nosotros el segundo en encontrar. Su último
dueño, Ricardo Sánchez Noriega, Rico, de Cue,
se vino a vivir a Pancar a la casa de Manuel Sánchez
Noriega, conocido como El Coritu jefe del Batallón de
su mismo nombre en la contienda de la guerra civil. Rico, su mujer y
sus dos hijos mantuvieron activo el molino de una muela que llevaba
su nombre en La Carúa.
Seguimos la señalada senda hasta adentrarnos en el comienzo del
pueblo de Pancar. Esta vez vamos por la parte derecha
del río. Las casas del Cuetu Molín se asoman al río para
refrescarse. Podemos cruzar el puente y veremos apenas entre malezas
y arbustos, en total ruina los muros del molino con dos muelas y la
serrería del Tío Perico, padre del Nino quien
se hizo famoso por mantener el folclore del pericote en sus raíces y
llevarlo en sus corizas a escenarios del nuevo continente. Lo
recuerda la letra en una de sus estrofas: “A bailar el pericote/
vino el Nino de Pancar,/ porque Tere y Vicentina/non supiéronlu
bailar”, cantábase así en Parres.
Retomamos la senda que nos deja al lado del tercer molino de dos
muelas de nuestro recorrido. Aníbal y Cesárea padres de
Pepín y Valentín tenían una bolera al lado del
molino y era un rincón donde se juntaban los amigos para tomarse
unas sidras, bajo los chopos del río. Valentín, su mujer y
sus hijos mantendrían las muelas alternando con el trabajo en la
extensa ganadería de producción lechera que tuvieron. A Valentín
se le veía entre los romeros pancarinos para cortar,
transportar y plantar la hoguera de San Pedro. Hacían
la entrada triunfal
con Valentín a caballo sobre la cabeza del palo, llevado a
hombros de todos los mozos, en una mezcla de alarde de fuerza y
homenaje a este entusiasta vecino.
Seguimos la ruta al lado del río y justamente cuando parece abrirse
el valle de La Vega, bajo el Cuetu Escrita,
quedan los restos de otro molino de una sola muela, medio escondido y
cuyo descubrimiento lo hice fortuitamente cuando buscaba alguna
subida al montículo donde de pequeño iba a buscar la hierba para
las vacas en una finca que llevábamos, porque siempre me dio que
pensar su nombre, sobre todo, desde que conocí el Peña Tú, si
habría alguna inscripción o grabado en alguna de sus numerosas
rocas calizas. Aquí hay que cruzar el río y tomar una pista, viejo
camino desde Pancar hasta Las Mestas y Bolao, que discurría paralelo
a las vías del tren, y que pasa bajo la autovía. Cruzaremos las
vías poco antes de llegar al puente metálico del ferrocarril. Se
ven cercanos los restos del Molino de La Vega que
trabajaba con tres muelas. José y María, los de la Vega,
criaron en él a sus tres
hijos: José Ramón, que sería mecánico de bicicletas
en la plazuela del Cotiellu; Pedro que
seguiría con el molino y la carpintería de su padre y Benigno
con su taller y tienda de
relojes en la plaza.
Hoy las bardas y las hiedras se empeñaron en abatir y ocultar los
restos del abandonado molino.
Podemos seguir por la finca hasta cruzar la vía con mucho cuidado
por la cercanía del túnel o volver los pasos para cruzarla mucho
más seguros al lado del puente de hierro y llegarnos hasta el sexto
molino de nuestro recorrido. Esta construcción ganó la batalla al
tiempo a costa de ver modificada un poco su estructura como vivienda.
Es el molino de Las Mestas de dos muelas que habían
regentado otro matrimonio cuyos nombres, curiosamente también eran
José y María, los de las Mestas y su hijo
Pepín. Tenían bar en el mismo edificio del molino y en
temporada bolística lo servían en la cercana bolera. María
preparaba tortillas, tortos, chorizos y mariscos para la merienda de
la gente que habitualmente acudía de Llanes por las tardes. José
tenía un puesto de sidra que llevaba por las fiestas en su carro y
caballo. De paso recogía las sacas de maíz por los pueblos y
devolvía las moliendas hasta los lugares más alejados. Ejercía
también el oficio de pesador cuando los san martines. El
Ayuntamiento fiscalizaba entre otras cosas, la matanza del cerdo en
las casas y cobraba un impuesto acorde con el peso en canal de la
res. José, cuando acababa la labor con la romana, preguntaba medio
en broma, medio en serio, por el xatu o la oveya, pues era costumbre
completar la labor con el sacrificio de algún otro animal que no
siempre se declaraba.
Más de uno, creyendo la broma veras, pensaba que a José algún
vecino de mala idea le había dado el soplo y él solo se delataba
sin más. A José se le fue la vida en un accidente con el carro
cerca del puente Purón cuando regresaba de entregar las moliendas en
la tienda del Trisqui en el Joyu´l agua de Puertas.
Seguiría atendiendo sola el molino María, unos años más, período
de tiempo del que yo tengo memoria acudir a llevar la molienda.
Posteriormente el molino lo compró en México a sus dueños, Pepe
Junco, “Pepe el Curru” y lo atendería un cuñado suyo,
casado con Lisa, Camilo Fernández y sus hijos Pedro
y Camilín, hasta
que se cerraron definitivamente sus compuertas y el río continuó su
vereda sin interrupción, vega abajo.
Podemos aquí hacer una pausa si el día no da para más o las
piernas están ya cansadas. Retomemos el camino y volvemos nuestros
pasos. No queda otra, salvo salir por la Arquera por el
arcén de la carretera y con mucho cuidado por el tráfico rodado.
Esta puede ser una ruta para un grupo determinado de edad y condición
física. Antes de partir, siéntense a tomar el bocadillo que
celosamente guardaban en su mochila y refresquen el agua de su
cantimplora en las aguas del río al otro lado del pequeño y
desvencijado puente de madera. Escuchen la armoniosa melodía del río
e imaginen el ruido de los rodeznos bajo los puentes de piedra del
viejo molino.
Segundo día.
Quedamos la semana
pasada, lo recuerdan, contemplando las aguas del molino Las
Mestas. Esta segunda etapa del camino, puede resultar más
enrevesada de contar que de recorrer, así y todo trataré de
llevarles por los caminos, aunque debamos para evitar rodeos, pisar
la carretera.
Si salimos de Llanes, tomamos el desvío a La Pereda y Parres que hay
en la segunda rotonda sobre la auotovía y podemos aparcar antes del
paso a nivel. Una vez atravesadas las vías, el primer desvío a la
derecha, nos lleva hasta el molino de Las Mestas, donde lo dejamos la
vez anterior. En ese camino, a la orilla izquierda están los restos
de otro molino de una sola muela. Una cancha de tenis ocupa el sitio
de la vieja bolera, bajo la sombra de los plátanos. Este camino
solía anegarse con las crecidas del río que viene desde la fuente
de Las Herrerías, por las fincas de las Mimosas.
Seguimos, pues la carretera en dirección a La Pereda y damos con un
conjunto armónico de casas restauradas en el barrio de Bolao
donde vivieron Arturo y Aurora con sus dos
hijos, Manolo y Vicente. A la derecha, un camino de carro nos lleva, por la
Palaciana hasta Parres y será por el que
regresaremos.
La siguiente casa que encontramos a la izquierda
pertenece a la familia de creadores e integrantes del Coro que lleva
su nombre, Antonio Cea y Hortensia Gutiérrez
con sus
hijos, Toño y Gema y los hijos de ésta, Conchi
y Emilio. Conservo de
“Las Mimosas”, el recuerdo de un campeonato de bolos en el que
jugaba mi padre de pareja con su hermano Eduardo y me llevó en su
bicicleta. Olorosas mimosas plantadas a orillas de la bolera, dan
nombre al sitio donde también existió un merendero.
Caminados unos
veinte metros y vemos un desvío a la izquierda por el que podríamos
seguir en otro momento hasta la capilla de San Felipe en
Soberrón, al pie del Picu Castiellu. No obstante,
aprovechamos para echar un vistazo al entorno y lo seguimos algunos
metros. Veremos una torre del transformador que daba corriente a la
mina de piritas escavada a cielo abierto. El profundo y extenso pozo
quedó anegado desde que se rompieron en mil heridas los veneros que
lo cruzaban y ahora vierte las aguas sobrantes en un riachuelo que
las lleva hasta encontrarse con el ríu Vallanu poco antes del molino
de Las Mestas que ya conocemos.
A la derecha, hay un bosque de
eucaliptos y por un sendero si andamos unos cincuenta metros damos
con la Fuente las Herrerías, delante de la cueva de su
nombre. A poco que miremos en el lecho del agua encontraremos unos
bloques informes de mineral, más pesado que las rocas de areniscas
que lo forman y que a mi juicio dan nombre al lugar. Muchas personas
piensan que se refiere a una posible serrería, pero es más creíble
que fuese una herrería, por el citado mineral de hierro, que además
presenta signos de haber sido fundido. Otras más piensan que es el
mismo mineral que se sacaba en la mina de Bolao que está justo al
lado del camino por el que entramos, pero la mena que se extrajo en
ella, era la pirita. Aprovecho para señalar otros sitios por los
que me encontré con los mismos o parecidos minerales que en esta
fuente, y curiosamente también cercano a manantiales y cursos del
río. Son estos: El nacimiento del río Cabra, junto a los molinos de
la Borbolla; en el bocal del río Purón,
junto
al puente de madera que lo atraviesa por la senda costera de Puertas;
en uno de los caminos de
La Galguera
a Soberrón,
formando muros de las fincas junto a otros cantos calizos y de
arenisca; en el Purón,
donde se le junta el río Barbalín, pasado el puente que lo cruza,
recorremos su orilla derecha en dirección al mar y cerca está el
sitio que se conoce como La Herrería, que ayuda a confirmar lo
expresado hasta ahora; en Parres, en el cueto La Mina, pueden
hallarse este mismo mineral de hierro y otros más sitios que darían
para otro trabajo de campo.
Dejamos la visita a la cueva para otra ocasión también el camino a
Soberrón y regresamos a la carretera que tras leve
subida nos deja en un pequeño e imperceptible puente que cubre las
aguas del Ríu Janu que nace en Fuentecaliente,
en La Riega y sigue por Las Pisas, donde
antaño movía los batanes para hacer el paño y, más abajo, por Los
Molinos. El prado del Pedrosu, donde jugué de
niño con mi prima Tere, conservaba el molín de Janu,
hoy cubierto por las arenas de la explotación de sílice.
Seguimos andando carretera adelante. Las viejas casas nos contemplan
pasar y nos hablan en silencio del recuerdo de sus moradores: la Casa
de Juanito y Joaquina Luchana y su hija Chelo, a la
izquierda. El camino de la izquierda nos lleva hasta la Vega El Rey;
el de la derecha, al bar la Roxa, a Corisco y
Vallanu. En alto, El Coteru,
la casa del Tío Félix Hano y la Tía María
Fernández con sus hijos: Concha, Amparo, Enedina y
Ramón, casado con mi
tía Jandru y padres
de mis primos, Tere y Félix. Nombres y más
nombres que se pierden en la neblina de mi infancia. Mientras tanto,
nuevas casas a la izquierda de la carretera de modernos estilos, como
queriendo diferenciarse de las demás, sin integrarse en el paisaje,
desoyendo los principios más elementales entre los que estaría el
respeto por la toponimia del lugar.
La caseta de La Diputación a la izquierda y un camino
que nos llevaría al monte, por la Cuesta del Caballu
para entrar por el Texéu camino de Viango.
A la derecha otro camino nos lleva también a Corisco y Vallanu. Unos
metros más y hay un puente sobre el Ríu Xixón que
nace en Las Fuentes, donde el Jogu de las
Maconas, atraviesa Los Jorcaos, Los
Pasucos, y las lleva al encuentro del ríu Vallanu
que las deja en el punto que ya conocemos en el molino de Las
Mestas. Hay que parar en las camperas del recinto de La
Guadalupe para
tomar pausadamente sentados en el pórtico el agua
fresca de la cercana fuente. Contemplaréis esqueletos de los
castaños que otrora cubrían con sus sombras los bailes y los
puestos de sidra y avellaneras el día de la fiesta, siempre el 2 de
agosto. La Escuela, la casa Conceju, la bolera, el jerraderu,
la Cueva, el lavaderu, la fuente y el bebederu,
son recuerdos de piedra viva que nos hablan de un pueblo agrícola y
ganadero y unas gentes para mí tan familiares.
Es preciso continuar y dejar la nostalgia para caminar por la
carretera hasta Santa Marina. Las últimas casas nos dejan
paso al Bolugu. En el cueto de la derecha, tras pasar
el almacén de Raúl Villar, están olvidados los muros de la capilla
de Sant Hilario, conocido como “Santilar”
donde de crío aún pude encontrar restos de alguna imagen en
escayola o del techo y que llevaba como verdaderos tesoros para
pintar con ellos en los portales de la escuela o en el pórtico de la
iglesia las rutas ciclistas que hacíamos con las chapas de las
botellas. Bajamos la pequeña cuesta y damos con el puente sobre El
Melendro, nombre que le viene sin duda del melandru,
tejón,
tasugo,
que
se esconde en las cuevas y así el río se aboluga, se esconde, en
las cuevas del Bolugu, para resurgir en
Corisco en un hondo y estrecho valle para mover la única muela del
molino junto a la cueva de Covarón, de José,
Leonor y de sus hijos Ramón Antonio y Rosi.
Pasado el puente, nos encontramos a la derecha con la casa de Lucía,
la pastora de Requexu que lucha contra el paso
del tiempo, mientras se desarma el cortavientos de piedra y la
techumbre apenas puede sostenerse en las podridas vigas. Fijémonos
en la pequeña cuadra que hay en el prado enfrente de la fachada de
la casa, porque más adelante les hablaré de algo relacionado con
ella.
Nuevas edificaciones en el Bosque Gidio a la derecha,
donde estaba la cuadra de Saturno González, tío abuelo mío,
hoy seccionado en varias fincas con sus chalés y casas. Enfrente
otros dos chalés modernos y pasados estos hay un camino a la
izquierda, que nos lleva a la fuente de Moscadoria.
Solía yo de crío acompañar a mi madre a lavar la ropa. Yo jugaba
por el río represando sus aguas y botando pequeñas embarcaciones
que hacía con las mollejas secas de los plátanos. Allí se juntaban
normalmente varias vecinas con sus respectivos hijos lo que hacía
más entretenido el trabajo para ellas y para nosotros el juego,
aunque acabásemos, la mayoría de las veces, totalmente empapados de
salpicaduras y resbalones. Ellas tendían, si el tiempo era bueno,
las sábanas en los campos y el resto de trapos sobre las bardas para
recudir el agua. Existe muy cerca una cueva de amplia entrada que
quizás dé lugar al paraje por ser donde el ganado de pasto acudía
a moscar en los cálidos días de verano y al río para beber.
En la Guerra Civil protegió en sus entrañas se resguardaban los
vecinos de Parres y de la Pereda de los bombardeos, que preparaban la
batalla de El Mazucu como se la conoce en el Alto de la Tornería, la
más dura de las sufridas en la zona Norte.
Dejamos la fuente, no antes de refrescarnos con las aguas del
manantial, cerca de los depósitos del prado vecino, donde se ven
bien a las claras la construcción cementada. Esta agua, con toda
seguridad, resurgente de la que proveniente de la Arenal,
tiene todos los visos de ser de nuevo encauzada para el calce de otro
molino en Requexu, frente a la casa de Lucía, y que dejé
para este momento la explicación. Seguimos la carretera hasta las
camperas de Santa Marina. Se puede divisar la capilla entre los
ramajes de viejos castaños de indias, unas encinas, posiblemente
testigos de algunos siglos atrás. Volveremos aquí, pero antes hemos
de tomar el camino de la izquierda en dirección al monte porque
llegaremos por él casi al naciente de las aguas de nuestro río
principal con el que comenzamos en Llanes la ruta. Digo principal
porque es su cauce el único que tiene caudal continuo en todo el
año. A poco de dejar la carretera se le unían a él las aguas del
alto La Lisar, Salto Clara, El Coz, La Fuente la O y
Fuente los Vaqueros, acumulando en su
sinuoso cauce las aguas de otros manantiales menores atravesando así
La Retuerta, Los Carriles, Mataoveyas y Santa Marina,
lo que le haría ser el cauce principal, pero en época de estiaje,
las aguas desaparecen por completo en el fondo kárstico.
Nuevas casas rehabilitadas en sitios de la Puntiga y un
camino ascendente, cubierto de arena nos acerca a nuestra meta, el
primer molino que funcionaba con las aguas del río La Arenal
que cubrió durante su larga historia geológica, con una espesa capa
de sílice el valle por el que discurre. Hasta estos parajes de La
Arenal venían a por piedras de arenisca poco consolidadas, las
“areneras”, que las llevaban a vender por las casas de la
villa y en La Plaza de Mercaderes. Un recuerdos para Luquinas de Cue y Cionina de Bojes que las trasladaban con su viejo y sufrido burro. Son piedras de arena blanca y
rosácea que se usaban para bruñir las chapas de hierro colado que
hacían de cimeras de las cocinas llamadas “económicas” por usar
tanto el escaso carbón, la turba y la leña de los montes. Las
aguas extremadamente frías de La Arenal brotan debajo
el Picón de los Riucos, posiblemente provenientes del
corazón de la Cordillera del Cuera, o
de sus escorrentías llevadas a La Olla del valle
Viango,
surtían
de agua a los depósitos desde los que se suministraba el agua al
pueblo de Parres. Si nos situamos en el camino dándole la espalda,
encontraremos el calce del agua y los restos del molino
de La Arenal de Rosario Noriega, vecina
de Parres en el barrio Tamés, dueña también de la finca de los
depósitos en la que se pueden ver la casa y cuadras de
La Arenal, deshabitada desde los años sesenta.
Luis Santoveña, vecino de Vibaño había
venido a trabajar como molinero a la Arenal. A la vez
que atendía el molino labraba preciosas madreñas o trataba con
acierto las dislocaciones de huesos de quienes acudían a él. No
había atención de urgencias, pero sí gente con ese don especial
enseñado de padres a hijos. Como Luisón, nombre que recibía
por su gran fortaleza y buen corazón como otras personas que
atendían de manera desinteresada a quienes confiaban a ellos sus
dolencias.
Luis se casó con Carmen Gutiérrez, hija de María
la Grilla y hermana de: Vitorina, María,
Milia y Félix el Grillu (bisabuelo
paterno). Tuvieron tres hijos: Manuel el de La Vega
Quintana de La Pereda, Felipe y Gavino
que formaron familias en La Galguera. Los tres hijos
ejercieron el oficio de madreñeros como su padre. Una vez cerrado el
molino de la Arenal, Luis Santoveña
administró el molino de
Las Mestas.
Volvemos a la carretera hasta el campo de fútbol de Parres.
La elevación que tiene hoy sobre la carretera se debe a los trabajos
de desmonte de un cueto que había y de relleno, iniciados por los
vecinos antes de la guerra y continuado unos años después de
finalizada. El lugar del campo era un cotero de arenas blancas
resultantes de la sedimentación del río que mencioné
anteriormente. La fiesta se hacía en el robledal de Gregorio
y Anita los del Palacio, que había a la izquierda del campo y
que hoy es un prado llano heredad de la casa del Curru en el
barrio La Casona de Parres, en el que antes de la existencia del
campo de fútbol actual, se jugaba entre los árboles. Para los
partidos en los que competía el equipo parragués contra otros
pueblos, Gregorio y tía Anita del Palacio prestaban una finca llana
y sin árboles al otro lado del camino que rodea la pequeña vega de
Santa Marina y vendió a Fernando Gutiérrez González.
Mi padre me da la relación de jugadores del equipo de fútbol
parragués que se enfrentaban a los de Porrúa, Poo y
Cue donde tenían como fichaje al también célebre boxeador
Esmel. En el “Parres” destacaban entre
otros: su hermano, Jesús el de María la de Félix
y Santos, Pandín y Pandón; su primo Paco el de
tía Anita; Felipe, Camilo y Mon de Manuel y
Melia; Ricardín; sus primos Ramón y José de
Vallanu; Severino, Luis y Pancho de David;
Fernando, más conocido como Guirni, hermano de Águeda,
Aurelia, Lorencín... hasta once hermanos, la mayoría exiliados a
Francia y Rusia cuando la guerra; Manolo Tamés; Juan y
Ángel de Ursino. En la portería, Eusebio, de Kiko
y la tía Malena que era además el encargado de mantener
el balón, repararlo y coserlo si era preciso; aparte de su
conocimiento de la lezna, Eusebio tenía habilidad para hacer
estrofas con los acontecimientos y actividades más sonadas de la
mocedad. Un hermoso plantel, todos ellos nacidos anteriormente al año
1918 y que sufrieron las consecuencias de la guerra civil fraticida.
“Bajamos de Santa Marina”, como dice el cantar, pero
bajando hasta Parres. A la derecha, hay un restaurante, La
Casería de Santa Marina, en la finca de Manuel de
Jacinto, que abre
sus puertas a los clientes para disfrutar tanto de sus
especialidades culinarias como de la tranquila y hermosa vista al
Texéu. A la izquierda de la carretera queda la Casería de Modesta
y bajamos hasta Trescoba para después subir por el
Picu la Concha a dar vista al pueblo.
En la bajada, a
la derecha hay un camino que nos lleva de nuevo a La Pereda, junto al
Bar La Roxa, después de atravesar el barrio de Corisco,
perteneciente a Parres. Abajo a la derecha puede verse un valle
cerrado y surcado por el juguetón Melendro que tras haberse
escondido en El Bolugu, se deja ver para ir a mover la rodela del
molino y vuelve a encovarse en Covarón para atravesar el cueto y
aparecer de nuevo en Covarada, en Vallanu.
Este molino fue construido
por el tío Perico, padre de José, último molinero.
Las muelas las trajo de otro molino de su propiedad cuyo asentamiento
podemos identificar si seguimos una pista abierta hace unos años,
junto a una columna de la luz, y bajamos por ella hasta el encuentro
del agua en Covarada. Aún se pueden ver bien
conservadas las paredes de la casa y cuadra del tío Perico y bajo la
cueva se pueden ver los restos de construcción donde había
instalado el molino trasladado por él hasta Corisco.
Salimos en
subida a lo alto donde están las casas del barrio de Vallanu por
un sendero y torcemos
a la derecha siguiendo el camino en bajada hasta la Calzada, tornando
a la derecha. Dejamos el camino que a la derecha sigue hasta la
Pereda y tomamos el central, pues el de la izquierda nos lleva a las
últimas casas de Parres en Cuetupuñu.
Atravesamos el río por un pequeño puente sobre el río
Vallanu, que no es otro que el mismo Melendro, pues el mismo río
recibe los nombres de los lugares que atraviesa hasta su
desembocadura en Llanes donde se le aplica el nombre de Carrocedo. Si
atravesamos por las paseras junto al puente el muro de la izquierda,
seguimos por un sendero paralelo al río hasta tropezarnos con otras
paseras en un muro alto tras el cual ya podemos ver el molino de Las
Mestas, descrito y desde donde podemos caminar a la izquierda para
salir a Pancar, La Carúa, La Portilla y Llanes en el Barrio del
Cuetu y Cagalín, de donde partimos, o seguir a la derecha por el
camino hasta la Palaciana, casi tomado por los
avellanos que crecen en sus orillas y que es un acceso a Bolao, desde
donde partimos este segundo tramo de ruta molinera y donde da fin
esta guía. Con posteridad a la primera publicación de este tema, descubrí con asombro otros restos de molinos que aprovechan las aguas de afluentes al Melendro. Uno de ellos se puede localizar cerca del molino de las Mestas, por un camino que parte por la derecha del túnel que suele cubrirse de agua y está por detrás de la finca de Tere y Pepito. Otro más, lo conocí cuando segaba con mi padre la finca de mi tío Saturnino. Había en la hondonada entre numerosas rocas los restos de una gran edificación cercana a un riachuelo que encueva con toda seguridad hasta el Melendro. El siguiente, se encuentra siguiendo el camino a la izquierda de la finca de la Polla, hacía la fuente de la O, en una finca que queda por debajo del camino, pero nadie me dio referencias de su dueño ni tan siquiera el nombre de la finca o dueño o dueño. Por dar explicación aquí sobre el origen del término Melendro, que ya expliqué en otra entrada, diré que proviene del término Melandru, Meles meles, nombre científico, referido al tasugu, que se esconde cuando se ve acorralado. Curiosamente en nuestra llingua se llama tasugu a la persona que se oculta por timidez. Estoy seguro de que puede haber más. Los molinos, por una legislación pasada, fueron adjudicados a la iglesia, por lo que el molinero, de la maquila que tomaba de cada molienda que le llevábamos lo vendía a los comercios y un diezmo de ese dinero iba a las arcas de la vicaría. En las aldeas perdidas por las agrestes tierras alejadas de la capital del concejo, los párrocos se encargaban de recoger esos diezmos y tenían poder de adjudicar el molino a otra familia cuando la anterior no podía seguir con él.