AL LECTOR:

Narraciones de hechos y acontecimientos recordados por el autor; otras recogidas de la tradición oral y escrita.

domingo, 24 de febrero de 2013

LÁPIDA EN LA FUENTE DE LA HUERTA'L MONXE


PARTE I ( Diciembre, 1966)

Mi compañero Ángel Borbolla y yo fuimos una mañana en bicicleta hasta la cantera abierta en la falda sur de la sierra de Pimiango para arrancar, a golpe de pico, material con que hacer el hormigón de la cimentación del chalé. Teníamos que darnos prisa en tener suficiente cantidad como para no hacer el viaje en balde cuando llegase el camión a recogerlo. Dejamos el material extraído por la mañana a pie de carga; después de la comida, teníamos que cargarlo a pala en la carroceta. Ese había sido el trabajo de tarea que nos marcó el man a las ocho y media de la mañana para todo el día y confiado en que lo cumpliríamos, arrancó su Lambreta y no volvió a inspeccionarlo. 

Comimos deprisa con la idea de dar una vuelta por el pueblo antes de que llegase el transportista. Era un territorio totalmente desconocido para mí y lo más alejado de mi casa que jamás había estado nunca hacia la zona oriental. Al día siguiente superé la distancia cuando me envió Froilán a por un paquete de puntas  y una piqueta para los encofradores, a la ferretería de Bustio.  

Nos acercamos hasta ver el mar desde el mirador, después de recorrer equivocadamente las enracimadas callejuelas del pueblo.
Abajo se levanta el faro que en las noches evita a los marinos chocar con la costa y que tantas veces vi sus destellos en las noches que me habían atrapado por el alto de La Corona bajando la leche de la cabaña. Sus destellos los había visto desde la lejanía, junto con otros más tenues por lo lejanos ya en tierras cántabras, cuando la bruma no difumina el litoral, cual pequeñas luciérnagas en las noches de junio. Allí abajo, al pie de la la Sierra Plana de Pimiango, se encuentra la Cueva de “El Pindal” de la que tuve noticia por primera vez en las clases de Historia con D. David Ruiz González.
Esta cueva fue habitada durante el Asturiense y el Magdaleniense final. Es en 1911 cuando el Abate Breuil con el Alcalde del Río, publican en Mónaco una monografía, "Las cavernas de la Región Cantabrica". En el estudio incluyen esta cueva que desde entonces pasó a formar parte del Patrimonio Artístico Regional. Posteriormente, en 1929, D. José Fernández Hernández, párroco de Colombres le dedica su estudio entre 1927 y 1933 y que publica luego en Covadonga. En 1954, Magin Berenguer y Francisco Jordá dedican en el Boletín del Instituto de Estudios asturianos un trabajo a este hallazgo. En él se da cuenta de al menos cuarenta y cinco pinturas rupestres, reunidas en cinco lugares de la caverna, donde se pueden ver bisontes (11), caballos (9), elefantes (2), tres cérvidos, un jabalí, un pez y otros signos.
Algún otro día tendré ocasión y tiempo sobrado de llegarme hasta ella, me prometí. Esta vez el tiempo del que disponíamos no daba para bajar y subir el sinuoso tramo del pendiente camino.

Los días se fueron volviendo fríos casi al final del mes. Se acercaba la Navidad. La nieve llegó puntual entonces, y como si tratase de hacer de Buelna una postal, lo cubrió completamente todo de una espesa capa de nieve, hasta la misma costa. Era difícil distinguir en la obra las pilas de las piedras de las de arena. Faltaron algunos albañiles y nos pusimos por mandato del cantero, Pepe "El Gallegu", casado en La Franca, a cavar la zanja para traer el agua desde un pequeño manantial que había no lejos en una cota más alta que la casa. Justamente en la cota de nivel en el que tunelaron la autovía. Las manos se cuarteban por la fría humedad y sangraban al roce con el asta de la azada, con las árgomas y terenos que debíamos arrancar. Sin guantes de obra, tan sólo nos resguardaba las katiuscas y el traje de agua, que encontraba por las mañanas rígido por la helada, colgado en la caseta de obra. 
Ni el clima ni el cansancio me impidieron recorrer, al mediodía, poco a poco los alrededores y encontrar rincones que quedarían en mi recuerdo. El primero de ellos, fue el bufón al que nos acercamos en varias ocasiones. En una de ellas, bajamos unos metros por dentro de sus fauces de alabastro, en días que estaba dormido. En otras, sufrimos la rociada de su lluvia o sentimos la débil bóveda que lo cubre, que vibraba bajo nuestros pies en el momento que un estruendo nos infundía respeto y hasta pavor. Allí comprendí que la costa caliza es una intrincada red de cavernas por donde fluye el mar como la sangre por las arterias. En las calicatas que abríamos al pie del muro de contención del chalé, observé la blanca arena embolsada en el barro, empujada por el aire a presión bombeado con el fuerte oleaje.
Siguiendo la costa, otro día quise llegar hasta el final por ver desde otro ángulo la playa de la Franca, pero me entretuve rodeando una finca de algo más de media hectárea que está cerrada con pared de piedra que en sitios sobrepasa con creces los dos metros de altura, siendo su grosor de un metro. Cuando acabé de dar la vuelta a la muralla, encontré el dintel labrado de la entrada con signos de haber sujetado una robusta puerta. Aunque conozco huertos bastante más pequeños con entradas de piedras labradas y cercados por verdaderas murallas que están destinados a plantar hortalizas, aquella finca, sin embargo, la imaginé destinada a otros menesteres. 
Un rápido escalofrío me despertó de mi imaginación. Se acercaba la hora de entrada. De hecho sentí cómo arrancaba el motor de la hormigonera y eché a correr alejándome veloz con esa disculpa de aquel frío y tétrico reducto.

PARTE II  (Junio, 1984) 

Por no dejarlo para otro momento, y haciendo un corte en el tiempo biográfico que guía mis escritos, paso a contar lo que me sugiere esta, para mí, inconsecuente construcción a poca distancia del acantilado. Hoy se encuentra casi oculta por la maleza, arraclanes, madroños, alloros y encinas como si la naturaleza quisiese fagocitar y borrar cualquier vestigio de un tiempo pretérito que yo me obstino en delatar. Será poco fiable mi hipótesis por falta de documentos, pero es sobradamente intrigante para que el lector ávido de aventuras se llegue a dicho paraje e intente hacer la suya.
Cuando llegué por primera vez a Pendueles como maestro, diecisiete años después del tiempo de mi fortuito hallazgo, recordaba perfectamente aquella finca y los alrededores y hasta ellos llegué en mis paseos de reconocimiento del lugar.
Saint Iuste>Santiuste> San Justo está claro que es topónimo de la advocación a este santo y se me vino a la mente el Monasterio de Yuste donde vivió sus últimos días el Emperador. El mismo rey que de mozo había pasado por estos pagos, elevando a categoría de real el antiguo camino de peregrinos. Hace cinco siglos la entrada habría sido otra que la de hoy en día. Quizás el camino, una vez dado vista al pueblo de Pendueles, atajaría por el lugar donde estuvieron las Cocheras de la Condesa que bien podían haber sido continuidad de otras mucho más antiguas donde se guardarían o se repararían los carruajes y se hiciese el recambio de la caballería por otra de refresco. El camino seguía por delante de la casona de Riegas evitando la Bárcena anegada cerca de la Laguna. El agua allí desaparecería por las cuevas del subsuelo hasta resurgir en el lugar de Cianos/Cienos, posible ciénaga por dónde atravesaría el agua el último obstáculo antes de entregarse al mar, por la playa. Al otro lado de un cueto se puede escuchar el sonido del agua correr desde la pequeña abertura de una cueva junto a la playa de El Picón de Buelna.

Pero volvamos al camino real que dejamos, por ir tras el agua, junto a las murallas de la vieja abadía que, según escuché decir, dio el nombre primitivo al pueblo. Seguía el real camino por el barrio de La Venta adentrándose en robledales y castañedos que poblaban de sombras y hojarascas para solaz del caminante el actual barrio de Berines nacido posiblemente al par que la estación y la escuela a principios del pasado siglo y ya en Raos recargada la calabaza en la fresca fuente continúa el viajero por Camplengo hasta Buelna. Allí resta aún residual el recuerdo del humilladero donde se paraba a la oración y seguía en dirección a Santiuste el camino muy cerca de la ubicación del traído chalé. A pocos metros otra fuente y abrevadero aún se conservaban junto a los restos de la primera carretera, desplazada por la actual, como pago ecuánime de haber desplazado a su vez al viejo camino. Nueva Venta en Saint Iuste, en el camino real con restos de cierto empaque señorial por sus columnas de arenisca que parecen echarle el pulso al tiempo, antes de adentrarse por Ubrade en la bajada al puente de piedra sobre el río Cabra, desde donde se divisa el Molín de los Prados. Los caballos y los caballeros se cansaban por estas rutas plagadas de riachuelos y vericuetos. Era septiembre cuando D. Carlos pudo contemplar el bufón y quizás se paró a verlo.
Nuevos hallazgos me afianzaron la idea. Mario y Conchita, abuelos de varios de mis alumnos en la Escuela de Pendueles, con quienes tuve la ocasión de charlar, me dijeron que aquel cierre que tanto me había llamado la atención se conocía como la huerta del “Monxe moro”. Pensé en algún eremita perdido en oraciones por esta costa y busqué sin éxito una ermita, la de Saint Iuste. La finca de Santiuste llegaba  del mar al río, antes de ser seccionada en dos por la actual carretera y la construcción del puente de la Franca. Sigue el camino cerca de la Venta y de la casa palaciega con capilla propia y otras dependencias, otrora señorío de un famoso Inquisidor.

Poco más que estos datos pude obtener en el boca a boca con la gente del pueblo. Ramón Pidal Noriega, recordado vecino, amigo y avezado pescador, me comentó al respecto que, escondida entre la maleza de la finca, junto a la entrada de “La huerta'l Monxe”, había una gran losa con leyenda que nunca él había podido traducir. 

Quedé con él en acompañarle un domingo para buscarla y transcribir el texto, sin duda, escrita en latín, según me dijo. Lo fui dejando, creyendo que hay siempre tiempo para todo, pero mi amigo se fue para siempre y con él la exacta ubicación de la placa. 

En mi idea sólo acierto a pensar en el uso de aquella finca cerrada a cal y canto como reducto para condenados a galeras. No tiene sentido tal construcción para otra dedicación a no ser que la paciencia y la tozudez del monje le llevase a castigar su cuerpo arrastrando las rocas y quisiese allí aislarse del mundo atraído por los fuertes rugidos que el cercano bufón lanzaba con bocanadas de espuma al cielo cual bestia de los avernos.

PARTE III (Noviembre, 2011)

Esta ayalga es la que más trabajo me dio encontrar el verdadero significado de su nombre. Y como no acababa de encontrar una explicación plausible, estuve a punto de crear una leyenda sobre ella.
Pero para todo es preciso dejar que el tiempo ponga su parte.
En él detallé cómo con dieciocho años había trabajado de peón con el cantero que labró y colocó las piedras en el conocido en la zona, como chalé del pintor Segura.

Aquí, dejo tan sólo lo relativo a la ayalga que nos lleva a los popularmente turísticos "Bufones de Santiuste", lugar perteneciente al pueblo de Buelna, del concejo de Llanes, por tanto, límite más oriental de Llanes, con el Concejo de Ribadedeva, en el puente de La Franca sobre el río Cabra.

¡Quién me iba a decir a mí de mozo, que pasados otros tantos años, estaría de maestro en la Escuela de Pendueles, a escasos cinco kilómetros de Santiuste!

Con el ánimo de conocer el entorno, recorrí con mi familia aquellos lares y así es como también descubrimos, a continuación de los bufones, la "guerta'l
 Monxe moro” que de igual forma la nombraban los vecinos de edad a quienes yo preguntaba. 

En una hondonada de la extensa finca, encontramos un cierre de piedra, en cuya pared del Oeste, pudimos ver el dintel en piedra tallada de una entrada al recinto. Observé detenidamente las piedras y encontré señales inconfundibles del encaje de una robusta puerta y la barra de cierre por fuera.

Tendría que volver otro día, para recorrer la finca por dentro. No podía ser únicamente para uso del ganado. Dentro hay una mancha importante de encinas y otras especies arbóreas autóctonas. Y una cueva medio tapada por los aluviones de las lluvias que arrastrarían hasta su boca los materiales de areniscas. También encontré, cerca del bufón principal, los restos de una explotación de mineral de hierro. 

Seguiría las pesquisas iniciadas hacía varios años con el citado matrimonio del barrio la Llobera, Mario Díaz y Conchita Salas, abuelos de tres de mis alumnos, pareja que había vivido en la casa que tiene el palacio de Santiuste destinada a los empleados que administran las fincas y ganadería, así como tierras de labrantío y bosques pertenecientes a la misma propiedad que la del Palacio. Granja y casa están separadas por la N-634, cerca del puente de La Franca, sobre el río SanTiuste, hoy más conocido como el R. Cabra y que en tiempos pasados, era la demarcación frontera entre La Montaña, bastión de Laredo y el concejo de Llanes, en Las Asturias. Por la amistad con un vecino de las escuelas en Raos, que en aquel momento estaba de encargado de la casería, pude acercarme al conocimiento de las instalaciones palaciegas de Santiuste. Pero mi amigo Kin cambió el trabajo por otro mejor y nunca llegué a poder investigar la finca por completo. Visité en varias ocasiones "La Huerta'l Monxe", pues es un sitio donde florecen bien las manzanillas. Hice varias caminatas con los alumnos de Buelna y Pendueles durante los quince cursos que estuve en sus aulas y con muchas amistades que echamos durante los veraneos. Muchas de esas amistades, oriundos de la zona, desconocían en parte o totalmente aquellas ayalgas que yo les mostraba.

En un primer momento, pensé en algún eremita perdido en oraciones por esta costa y busqué sin éxito la ermita de Saint Iuste. Llegué a pensar que se tratase de una capilla anexa a la edificación a la que nunca había podido acceder. En la cuesta que se levanta al sur de la finca, limítrofe al mar, creí ver los restos de alguna edificación donde pudiera haber existido dicho templo, pero por los datos obtenidos con posteridad, pero al acercarme a explorarlo noté el aspecto de un viejo palomar.

Dejé aparcado el tema de la supuesta lápida de la Huerta'l Monxe Moro de Santiuste y fue cuando pensé dedicarlo a otro escrito en el que, en forma de leyenda, se me ocurrió poner como personaje principal, al Emperador, CARLOS I que, indudablemente pasó por estos parajes, desde Llanes hasta el Palacio de los Colombres, en Pimiango, un veintiocho de septiembre, en concreto el de mil quinientos diecisiete. 

PARTE IV (Julio de 2013)
Transcurridos quince años en la Escuela de Pendueles y otros diez más en la Escuela de Vidiago, ya a punto de la jubilación, casualidades de la vida, tuve la ocasión de visitar el palacio por fuera. Visita que hice con mi amigo Juan Daniel y en momentos que estaban las actuales dueñas de la finca.

En el bosque que limita la finca de alrededores del palacio con el río, encontré los restos de una ermita, apenas unos muros de un metro de altura, en los que no se pueden más que adivinar los huecos de la puerta y ventanas, pero desprovistos de los quicios que me imagino tallados. Con toda seguridad que serían aprovechados para otras construcciones posteriores a su abandono. Por dentro hay vestigios de otras paredes que formarían espacios dedicados al culto unos y a la vivienda del monje o monjes. Allí estaría la capilla de Sant Iuste que yo había estado buscando sin éxito por la otra parte de la finca, al norte de la carretera N-634.

También tuve ocasión de reconocer la famosa lápida, de la que me había hablado Ramón Pidal Noriega y pude fotografiar su leyenda, aunque también hay palabras que por incompletas, siguen siendo de difícil transcripción, no me parece extraño que a Pidal le pareciese latín. Hay que aclarar que en el sitio de la fuente estaría tomada de musgos y yedras, por lo que la lectura no era posible. 

Dice así con trazo fino labrado en ella:

<< M IZOSSE ESTA FVENTE A ESPENSAS


M JSS S DIOS FELIPE RUBIN DE CELIS J PARIENTE


MAS DE S. M. Jpnbi ROCENSVALLES HALLANDOSE EN SU


ANO DE 1192 RUEGAN A DIOS POR EL Y


LOS SUYOS >>

El término "Moro" que sigue a Monje, viene dado por el hecho de que fuese de la orden de los Agustinos, que vestían hábito negro, frente a los clérigos de la orden del Cister, que usaban el color blanco, tales como los que atendían el Monasterio de Santa María de Tina en la vecina localidad de Pimiango, que en próxima ayalga daré cuenta también de cómo la "descubrí". 

La finca en la que se asienta el señorial Palacio de Sant Iuste debía abarcar un gran espacio entre la costa, al Norte, al Este con los altos acantilados a la desembocadura del Cabra en los arenales de La Franca y el mismo río; al Sur también con el río y al Oeste con la sierra plana de Buelna. Ambas propiedades está claro que estuvieron unidas antes de la construcción de la carretera y del puente de La Franca, pues el río Cabra se vadeaba por el Camino Real al oeste del caserío, donde hubo hasta tiempos no tan lejanos, una Venta de la que aún quedan vestigios de su importancia y valor constructivo. Ese camino y paso de peregrinos cruzaba el río Cabra que viene desde La Borbolla, por un puente romano que aún podemos ver junto al Molino del Campo, y desde donde se sale a la Franca. 

Sin perder de vista los datos aportados por la historia que dicen del palacio que perteneció a un inquisidor, no tengo por menos de imaginar el uso que le pudo haber dado al reducto que hoy se conoce como “Huerta'l Monxe moro”, como pudo ser la reclusión de reos confesos destinados a redimir su condena como remeros en los barcos. 

En la esquina sudeste de la fachada del citado palacio, se puede ver la placa en cerámica azul las figuras de los dos santos que le dan nombre: San Justo y Pastor. Así se originaría el topónimo: Saint Iuste>Santiuste.
<< M IZOSSE ESTA FVENTE A ESPENSAS

M JSS S DIOS FELIPE RUBIN DE CELIS J PARIENTE

MAS DE S. M. Jpnbi ROCENSVALLES HALLANDOSE EN SU

ANO DE 1192 RUEGAN A DIOS POR EL Y
LOS SUYOS >>


Hay algunas letras rotas, seguramente del tiempo que estuvo colocada junto a la fuente de la Huerta'l Monxe. La lápida en sí también presenta algunas grietas, propias de las calizas de montaña.

Nota nueva: 

En el diccionario geográfico universal, 5: dedicado a la Reina Nuestra Señora …que encuentro en esta dirección de Google, leo la referencia a D. Felipe Rubin de Celis y Pariente, prior de Roncesvalles y gran abad de Colonia, entre otros insignes y linajudos personajes llaniscos.




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